Iván
Rodrigo García Palacios
Carta
eleusina No. 15
Eros
Apreciado Lucilio, "te
saludo"
Pensando
en los artes y oficios de la Dama del Diván Rojo, se me ocurrió que
es necesario hacer claridad sobre los asuntos que ella maneja con
relación a Eros y erotismo, Afrodita y afrodisíaco, y a sus
conexiones, correspondencias y relaciones con lo erótico, lo
afrodisíaco y lo venusino, eso que tanto en la cultura popular como,
a veces, en los ámbitos más cultos, se funde y confunde, privándolo
de sus sentidos primordiales y, en consecuencia, es enajenando y
alienando de sus verdaderos beneficios: la salud del aliento vital.
Cuando
las religiones y las ideologías quieren imponer sus perversas
manipulaciones, enajenaciones y alienaciones, funden y confunden los
conceptos. Por ejemplo: libertad y libre albedrío; cuerpo, alma y
espíritu; vida y muerte, pero aquella muerte que escinde cuerpo de
espíritu para enajenar la vida, entre muchas más.
Una
de las más perversas y antiguas fusiones y confusiones, es la que se
ha realizado con los conceptos, significados, connotaciones y
experiencias del eros, del amor, de la philia, del ágape y
de la amistad. Y ni que decir de lo afrodisíaco, de lo venusino, de
lo melusino.
Es
por ello que todo ese asunto ha sido estigmatizado, hasta el punto
que, por un lado, el mercado consumista todo lo ha erotizado -sería
más correcto decir: afrodisiado, pero esa palabra no existe ni en
los idiomas y menos en los diccionarios, lo que es muestra de esa
aberrante estigmatización- y, por otro, las creencias religiosas y
las ideologías fundamentalistas lo han convertido en causa de
degeneración y degradación. Y lo que es peor, han convertido a la
mujer en su causa y al hombre en su víctima.
Y
en medio, una humanidad manipulada, enajenada, alienada y explotada.
Sin
pretender ser exhaustivo, voy a proponer algunas consideraciones al
vuelo
"El
poder natural del ala es levantar lo pesado, llevándolo hacia
arriba, hacia donde mora el linaje de los dioses. En cierta manera,
de todo lo que tiene que ver con el cuerpo, es lo que más unido se
encuentra a lo divino. Y lo divino es bello, sabio, bueno y otras
cosas por el estilo. De esto se alimenta y con esto crece, sobre
todo, el plumaje del alma; pero con lo torpe y lo malo y todo lo que
le es contrario, se consume y acaba" (Platón, Fedro, 246 d-e).
Para
mostrar que lo que, para los antiguos "Sabios" griegos y
para Platón eran Eros y erotismo, es en lo que
Georges Bataille empeña su vida por llevar hasta "unas últimas
consecuencias", las que, él mismo lo supo siempre, son "un
horizonte". Es decir, voy a tratar de mostrar cómo la "erótica
platónica" se conecta, corresponde y relaciona, con la erótica
batailleana.
Por
razones de espacio y tiempo, me toca dejar para una carta posterior
los asuntos venusinos y melusinos, así como los de la philia,
el ágape
y la amistad.
***
Si bien los asuntos de Eros,
Afrodita y Amor, en su manifestación humana y en los lenguajes, son
en extremo complejos y confusos, Platón, al exponerlos, mostró sumo
cuidado al diferenciarlos y explicarlos al proponer lo que se conoce
como la erótica platónica de sus diálogos Banquete y Fedro, pues,
como bien puede deducirse de su empeño, él era más que consciente
de las inmensas fusiones y confusiones culturales y lingüísticas
presentes en la cultura y en el lenguaje griegos de su tiempo
aportadas por las incontables culturas, tradiciones e idiomas que
allí se habían asentado y naturalizado.
Son incontables y muy
diversos los estudios realizados sobre estos asuntos, así como sobre
las interpretaciones que de ellos hizo Platón, los que, como todo en
los ámbitos científicos, proponen soluciones propias y diferentes,
sin que se pueda decir que existe un acuerdo, si no más bien algunas
tendencias en uno u otro sentido. A manera de ejemplo y más acorde
con mi propósito, cito la siguiente.
En el capítulo 8: Uno,
dos, tres: Eros, de su libro: El
individuo, la muerte y el amor en la antigua Grecia, Jean-Pierre
Vernant, hace claridad sobre la complejidad mitológica de Eros y
Afrodita:
"¿En qué podría
consistir entonces la acción de Eros? No en
aproximar y juntar a
unos seres diferenciados por su sexo para así originar un tercero
que venga
a añadirse a los dos primeros. Más bien Eros impulsa a
las unidades primigenias a actuar en el
momento en que ellas
palpitan oscuramente en su seno. Como explica Rudhart, Eros hace
explícito en la pluralidad diferenciada y conformada de la
descendencia aquello que antes estaba
implícitamente contenido en
la unidad confusa del ascendente. Eros no es el principio de unión
de la pareja: no reúne a las dos partes para dar origen a un tercer
ser, sino que hace manifiesta la
dualidad, la multiplicidad,
contenidas en la unidad" (Jean-Pierre Vernant, El individuo, la
muerte y el amor en la antigua Grecia, Barcelona,
Paidos, 2001, cap.
8
, Uno, dos, tres: Eros).
Así
como también sobre la interpretación que de ello se hace en la
erótica platónica:
"Considerando
el análisis de Francois Flahaut, se demuestra que, por el contrario,
la posición de
Platón, tal como es expuesta por Diótima al
Sócrates de El banquete, se opone punto por punto a
esa otra de la
que Aristófanes se hace portavoz. Decir que el amor es similar a una
locura divina,
a una iniciación, a un estado de posesión, supone
reconocer que en el espejo que es el amado no
será nuestro rostro
de hombre lo que aparece, sino más bien el del dios del cual
estamos
poseídos, del cual llevamos la máscara y que,
transformando nuestra cara al mismo tiempo que la
de nuestra pareja,
ilumina ambas con un resplandor procedente de otra parte, de otro
mundo. En
ese rostro amado en el que me miro a mí mismo lo que
percibo, lo que me fascina y me
transporta es la presencia de la
Belleza. Dentro de ese juego de espejos por él presidido, Eros
no
opera horizontalmente, como Aristófanes imaginaba; no une, a ras de
suelo a dos individuos
mutilados para reunir después, ombligo
contra ombligo, los fragmentos dispersos. Más bien
apunta hacia lo
alto, en dirección al cielo, enderezando en vertical al amante y al
amado, en el
sentido de eso que en los dos es la cima del cráneo,
allá donde hueso y piel se juntan, el único
ombligo propiamente
dicho, acercándoles no el uno al otro sino en todo caso a su común
patria
ese espacio original del cual fueran expulsados, a manera de
una «planta celeste» arrancada de
su matriz para ser lanzada aquí
abajo" (Jean-Pierre Vernant, El individuo, la muerte y el amor
en la antigua Grecia, Barcelona,
Paidos, 2001, cap. 8
, Uno, dos,
tres: Eros).
De manera breve y somera y
sin profundizar en filologías, sobre lo que ya existe suficiente
información, voy a exponer lo que el mismo Platón explica sobre
Eros, Afrodita, Amor, manía y enamoramiento, a los que
califica de "deseo", pero diferenciando que unos son "los
deseos" de la carne y las pasiones y otro es "el deseo"
de lo Bello.
"Conviene, pues, tener
presente que en cada uno de nosotros hay como dos principios que nos
rigen y conducen, a los que seguimos a donde llevarnos quieran. Uno
de ellos es un deseo natural de gozo, otro es una opinión adquirida,
que tiende a lo mejor" (Fedro, 237 d).
Sobre el Amor, Platón hace
la siguiente diferenciación:
"[...] existe [...] una
teoría según la cual algunos van
en busca de la otra mitad de sí
mismos, pero lo
que yo digo es que el amor no es ni de mitad ni de
todo, sí no es el caso de que éste sea de algún
modo bueno"
(PLATÓN, El banquete, 205 d 9-c 3
).
Esas diferencias, así como
en lo referente a la sexualidad y al Eros afrodisíaco, quedan bien
claras, primero, en los discursos iniciales de Banquete y Fedro y,
segundo, específicamente, en el primer discurso de Sócrates en
Fedro (237 y 238), cuando, al referirse al Eros carnal y pasional, lo
hace con la cabeza tapada, pero cuando ya se refiere al Eros que
aspira y conduce a lo Bello, al final, se asombra porque ha sido
poseído por esa fuerza:
"Pero, querido Fedro,
¿no tienes la impresión, como yo mismo la tengo, de que he
experimentado una especie de trasporte divino?" (Fedro, 238 c).
Fuerza que E. Lledó Iñigo
explica:
"Densa y precisa
definición de Eros, en la que también interviene la «filología»
platónica, como lo muestra la relación etimológica Érōs-Rhomē:
el amor como impulso, deseo, fuerza" (Platón, diálogos, Fedro,
Gredos, Madrid, 1997, nota, p. 331).
Para enfatizar aun más
tales diferencias, Platón las ilustra más adelante con el mito del
auriga y los caballos alados (Fedro, 253 c-e).
Platón también es enfático
al establecer que existen dos Eros y dos Afroditas (Banquete, 180 d)
y que sus influjos actúan sobre mujeres y hombres, a veces si a
veces no, de manera conjunta y simultánea, pero siempre de acuerdo a
sus propiedades y en forma clara y específica, o bien como "deseo
natural de gozo" o bien como "opinión que tiende a lo
mejor".
Al hacer esas enfáticas
diferencias, Platón deja claro que el Eros que importa para su
erótica, es aquel que, por la fuerza del "deseo" aspira y
conduce a la Belleza, "de la multiplicidad a la unidad"
(Banquete, 210 a-b), pero sin ser ajena a la fuerza del "deseo
natural de gozo", el que también opera, pero de una manera
específica.
Esa erótica platónica está
expuesta como magisterio filosófico y proyecto educativo en Banquete
en el discurso en el que Sócrates explica su "iniciación
erótica" por parte de Diotima, la sacerdotisa de Maitinea. Como
lo he expuesto en mi escrito Platón eleusino.
Sobre los asuntos del Amor,
la manía y el enamoramiento, Platón también establece
claras diferencias. Por una parte, dice Sócrates:
"Porque
dijimos que el amor era como una locura, una manía"
(Fedro, 265 a).
Para agregar a continuación:
"SÓCRATES: Pero hay
dos formas de locura; una debida a enfermedades humanas, y otra que
tiene lugar por un cambio que hace la divinidad en los usos
establecidos.
FEDRO: Así
es.
SÓCRATES: En la divina,
distinguíamos cuatro partes, correspondientes a cuatro divinidades,
asignando a Apolo la inspiración profética, a Dioniso
la mística, a las Musas la poética, y la cuarta, la locura
erótica, que dijimos ser la más excelsa, a Afrodita y a Eros"
(Platón, Fedro: 265 a-b).
Esa locura amorosa o manía,
es la que afecta de manera extrema a aquellos que se enamoran de los
cuerpos y de los otros, pero también a aquellos que aspiran a lo
Bello, para quienes su locura los conduce a la Belleza, "de la
multiplicidad a la unidad" (Banquete, 210 a-b).
Sin embargo, precisar los
asuntos propiamente dichos del Amor referidos a las relaciones entre
las personas o con las actividades y las cosas, es más complicado,
porque, por un lado se presentan las confusas equivalencias y
relaciones Eros y Amor, como se explicó antes, y por el otro, la
diversidad de fusiones y confusiones de los significados del Amor
como ese sentimiento que une a las personas entre sí, así como con
sus actividades o con las cosas. Lo único claro, para lo que aquí
se trata, es que esa clase de amor-sentimiento poco más tiene que
ver con el erotismo, pero que sin embargo, dada su importancia, debe
ser motivo de posteriores explicaciones.
No es sólo Platón quien en
sus escritos establece y usa esas diferencias de Eros, Afrodita,
manía, Amor y enamoramiento. Por ejemplo, también lo hacen,
entre otros: Teogonis, Safo, Anacreonte y Eurípides, lo que muestra
que el asunto no era ni extraño ni desconocido para los griegos.
Ahora bien, Georges Bataille
parte del supuesto que esos asuntos ya han sido establecidos y
aclarados por Platón, así que sólo se interesa por llevar hasta
sus últimas consecuencias ... su propia erótica.
***
Empiezo por aclarar que,
tanto para Platón como para Georges Bataille, en las cuestiones de
Eros y erotismo, en primer lugar, hombres y mujeres son iguales, Eros
todo lo afecta. Y que, en segundo lugar, son otras y diferentes las
cuestiones de Afrodita y lo afrodisíaco, en las que si opera la
sexualidad por los géneros.
Para ambos, Eros y erotismo
son cuestiones de la interioridad humana, así como que afectan a
todo lo existente, orgánico e inorgánico. En tanto que Afrodita y
lo afrodisíaco son actividades de la sexualidad de los seres
sexuados.
Tanto Platón como Georges
Bataille, establecen, con evidente claridad, las diferencias, así
como las relaciones y las distancias entre lo erótico y lo
afrodisíaco, pues, como escribe Platón:
"Todos sabemos, en
efecto, que no hay Afrodita sin Eros. Por consiguiente, si Afrodita
fuera una, uno sería también Eros. Mas como existen dos, existen
también necesariamente dos Eros" (Banquete,
180 d).
Platón lo ilustra con el
mito del auriga en Fedro, al describir el manejo y comportamientos de
los caballos alados, el caballo bueno, el de "la visión
erótica" y el caballo malo, el de "la visión
afrodisíaca":
"Así que cuando el
auriga, viendo el semblante amado, siente un calor que recorre toda
el alma, llenándose del cosquilleo y de los aguijones del deseo,
aquel de los caballos que le es dócil, dominado entonces, como
siempre, por el pundonor, se contiene a sí mismo para no saltar
sobre el amado. El otro, sin embargo, que no hace ya ni caso de los
aguijones, ni del látigo del auriga, se lanza, en impetuoso salto,
poniendo en toda clase de aprietos al que con él va uncido y al
auriga, y les fuerza a ir hacia el amado y traerle a la memoria los
goces de Afrodita" (Fedro, 253 c-e).
Por su parte, para Georges
Bataille:
"El
erotismo es uno de los aspectos de la vida interior del hombre. Nos
equivocamos con él porque busca sin cesar afuera
un objeto de deseo. Pero ese objeto responde a la interioridad
del deseo".
"[...]
El erotismo del hombre difiere de la sexualidad animal en eso
justamente, en que pone a la vida interior en cuestión. El
erotismo es en la conciencia del hombre lo que pone en él al ser en
cuestión. La propia sexualidad animal
introduce un desequilibrio y ese desequilibrio amenaza la vida, pero
el animal no lo sabe. Nada se abre en él que se parezca a una
cuestión" (G. B. El erotismo, p. 45).
Luego, agrega y diferencia,
lo afrodisíaco es una actividad del cuerpo:
"Sea como fuere, si el
erotismo es la actividad sexual del hombre, es en la medida en que
ésta difiere de la de los animales. La actividad sexual de los
hombres no es necesariamente erótica. Lo es cada vez que no es
rudimentaria, que no es simplemente animal" (G. B. El erotismo,
p. 46).
Y, en Las lágrimas de Eros,
lo precisa y lo distancia de las tergiversaciones cristianizadas:
"La mera actividad
sexual es diferente del erotismo; la primera se da en la vida animal,
y tan sólo la vida humana muestra una actividad que determina, tal
vez, un aspecto "diabólico" al cual conviene la
denominación de erotismo.
Es cierto que el término
"diabólico" se relaciona con el cristianismo. No obstante,
según todas las apariencias, cuando el cristianismo era algo lejano,
la más antigua humanidad conoció ya el erotismo" (G. B., Las
lágrimas de Eros, p. 41).
Antes que el diablo, fueron
Dionisios y los daimones.
***
En
vista de lo anterior, es necesario volver a las fuentes: Platón y
Georges Bataille, maestro y discípulo, porque ambos estuvieron
inmersos en esa búsqueda y examen sin fin de una verdad existencial,
a veces, "inaprehensible": la verdad erótica. Búsqueda y
examen que Bataille, al superar a su maestro, continúa hasta
horizontes que aquel ni podía imaginar y que él mismo no logra
alcanzar.
Georges
Bataille asume como su destino el desvelar, a partir de la erótica
platónica, aquello que aquel se plateó sobre Eros, vida y muerte
("la resurrección de la carne") y como "experiencia
de conocimiento y vida", en Banquete, Fedro y Fedón, lo que
para ambos sería:
"Pero ver el fulgor de
la belleza se pudo entonces, cuando con el coro de bienaventurados
teníamos a la vista la divina y dichosa visión, al seguir nosotros
el cortejo de Zeus, y otros el de otros dioses, como iniciados que
éramos en esos misterios, que es justo llamar los más llenos de
dicha, y que celebramos en toda nuestra plenitud y sin padecer
ninguno de los males que, en tiempo venidero, nos aguardaban. Plenas
y puras y serenas y felices las visiones en las que hemos sido
iniciados, y de las que, en su momento supremo, alcanzábamos el
brillo más límpido, límpidos también nosotros, sin el estigma que
es toda esta tumba que nos rodea y que llamamos cuerpo (*),
prisioneros en él como una ostra" (Platón, Fedro, 250 b-c.
Traducción, introducción y notas de E. Lledó Íñigo, Gredos,
Madrid, 1997 ).
(*)
La comparación del cuerpo con una tumba (sôma-sêma),
procede del orfismo
(cf.
Gorgias 493a; República X 611e; Fedón 82e).
Ahora
bien, Georges Bataille, sin plantarse en la lucha nietzscheana contra
las religiones institucionalizadas y en particular contra el
cristianismo, si muestra la impostura del sentido religioso del
cristianismo, porque allí se da, en el vacío de las ideas, la
ausencia de Dios, de lo divino, de lo sagrado y de la imposibilidad
de la "experiencia mística", porque en ese vacío y
ausencia también está la imposibilidad de alcanzar el "momento
supremo erótico", ese que para Georges Bataille es:
"El momento erótico es
también el más intenso (con excepción, si se quiere, de la
experiencia de los místicos). Así se sitúa en la cumbre del
espíritu humano" (G. B., El erotismo, p. 374).
Hay
que anotar que para Georges Bataille erotismo y religión están
íntimamente conectados:
"Cae de su peso que el
desarrollo del erotismo no es en nada exterior al
terreno de la religión, pero precisamente, el cristianismo,
oponiéndose al erotismo, condenó a la mayor parte de las
religiones. En un sentido, la religión cristiana es quizás la menos
religiosa" (G. B., El erotismo, p. 49).
Es
por ello que su denuncia se extiende al abuso y tergiversación que
han cometido las religiones institucionalizadas con las cuestiones de
Eros y erotismo, Afrodita y lo afrodisíaco, así como también lo
hace extensivo a Freud y a los prosélitos del psicoanálisis.
Es
así que por "un módico precio", en las "cajas
registradoras" de los confesionarios y de los divanes
psicoanalíticos, se perdonan los pecados de la carne y se "descarga"
de la culpa por las perversiones sexuales (así sean las perversiones
sexuales del propio Freud: Michel Onfray, El crepúsculo de un ídolo,
Taurus Madrid, 2011).
***
Sin
embarcarme en una investigación exhaustiva en la obra de Georges
Bataille, una lectura de su libro El erotismo, muestra que los tres
diálogos platónicos: Banquete, Fedro y Fedón, se conectan,
corresponden y relacionan de manera directa con lo que se propone
Georges Bataille. Por una parte, desarrollar el Eros y lo erótico
platónico hasta sus "últimas consecuencias" y por la
otra, situar la dificultad de la palabra y de la filosofía para
contestar a la pregunta filosófica que las excede a ambas:
"La pregunta no tiene
sentido más que elaborada por la filosofía: es la pregunta suprema
cuya respuesta es el momento supremo del erotismo -el silencio del
erotismo" (G. B. El erotismo, p. 376).
Lo
que se corresponde con los planteamientos que Platón hace sobre la
retórica y la escritura en Fedro.
Para
ambos, la imposibilidad de la palabra sólo será superada en "la
muerte" (Fedón) y para Georges Bataille, cuando
"[...] en ese momento
de profundo silencio -en ese momento de muerte-, se revela la unidad
del ser, en la intensidad de las experiencias en las que la verdad se
separa de la vida y de sus objetos" (G. B. El erotismo, p. 377).
En
la conclusión a su libro El erotismo, Georges Bataille expone su
argumentación sobre esas dificultades de la palabra y de la
filosofía.
***
Platón
se propone distinguir las tres acciones de Eros: el Eros afrodisíaco,
el Eros pasional y el Eros divino o sagrado, el de la "manía",
lo cual se corresponde, evidentemente, con los tres erotismos que
plantea Georges Bataille: el erotismo de los cuerpos, el erotismo de
los corazones y el erotismo sagrado (G. B., El erotismo, p. 28).
Para
ambos, "la máxima experiencia" se alcanza en el Eros
sagrado, que es aquella, que para Platón "lleva de la
multiplicidad a la unidad" y que para Georges Bataille es la que
conduce "de la discontinuidad a la continuidad".
Platón
lo plantea a partir de la "iniciación erótica" de
Sócrates:
"[...] en la iniciación
perfecta, la que comporta la contemplación" (Banquete, 210 a).
Contemplación
que para Platón es la que pretende conducir de la multiplicidad a la
unidad.
Contemplación
que para Georges Bataille equivale a conducir de la discontinuidad a
la continuidad:
"En el plano definido
por lo que vengo desarrollando, la continuidad divina está vinculada
a la transgresión de la ley que funda el orden de los seres
discontinuos. Los seres discontinuos que son los hombres se esfuerzan
en perseverar en la discontinuidad. Pero la muerte, al menos la
contemplación de la muerte, los devuelve a la experiencia de la
continuidad" (G. B., El erotismo, p. 116).
Para
Platón el proceso concluye con la experiencia de "engendrar una
virtud verdadera" en aquella "visión luminosa", tal y
como lo describe en Banquete:
"3
[A 10] a. Pues bien, querido Sócrates, tal vez tu también puedas
ser iniciado en esta doctrina del amor; pero llegar al grado más
perfecto de la contemplación mistérica, que es la meta de todo lo
dicho -con tal de que se siga el camino justo- no sé si serás capaz
de alcanzarlo".
b.
... ése tal, llegado al término de la disciplina amorosa, percibirá
de repente algo muy bello, de carácter maravilloso; precisamente,
querido Sócrates, aquello por lo que cobran sentido los sufrimientos
precedentes.
...
Es más, esa belleza no se le manifestará con la figura de un ...
rostro, ni como un discurso o un conocimiento ... sino en sí misma,
por sí misma, y consigo misma, simple y eterna" (Platón,
Banquete, 209e - 210 a, 210 e - 211 b).
Y
en la Carta VII:
"3
[A 17] Desde luego que yo no he escrito nada sobre esas cosas, y
nunca lo escribiré; porque este conocimiento no es en modo alguno
comunicable, como otros, sino que sólo después de una intensa
familiaridad con el objeto y después de haber convivido largo tiempo
con él, de repente -como luz que brota de una llama palpitante-
surge en el espíritu y el mismo se alimenta de sus propias
virtualidades" (Platón, Séptima carta, 341 c-d).
Lo
que para Georges Bataille se corresponde con "el momento supremo
del erotismo" que es:
"Podemos decir del
erotismo que es la aprobación de la vida hasta en la muerte"
(G. B., El erotismo, p.23).
Lo
cual se revela:
"Es la contemplación
del ser en la cumbre del ser" (G. B., El erotismo, p. 376):
Y que, al igual que para
Platón, es la consecuencia de una "experiencia de conocimiento
y vida":
"En efecto, lo que la
experiencia mística revela es una ausencia de objeto. El objeto se
identifica con la discontinuidad; por su parte, la experiencia
mística, en la medida en que disponemos de fuerzas para operar una
ruptura de nuestra discontinuidad, introduce en nosotros el
sentimiento de continuidad. Lo introduce por unos medios distintos
del erotismo de los cuerpos o del erotismo de los corazones. Más
exactamente, la experiencia mística prescinde de los medios que no
dependen de la voluntad. La experiencia erótica, vinculada con lo
real, es una espera de lo aleatorio: es la espera de un ser dado y de
unas circunstancias favorables. El erotismo sagrado, tal como se da
en la experiencia mística, sólo requiere que nada desplace al
sujeto" (G. B. El erotismo, p. 38).
***
En consecuencia, una cosa es
lo erótico y otra, lo afrodisíaco.
Lo erótico es esa
experiencia de la interioridad dionisiaca, pero no lo dionisiaco
nietzscheano, sino aquella interioridad en la que se asienta la
Sabiduría y la que propicia el nacimiento de la filosofía (Giorgio
Colli, Filósofos sobrehumanos, Siruela, Barcelona, 2o10).
Lo afrodisíaco es la
experiencia de la carne sensualizada, lo que las religiones
monoteístas se encargaron de fundir y confundir con la finalidad de
enajenar y alienar la vida: el horror a la carne que Pablo de Tarso
imprimió con fuego en el cristianismo y que sus prosélitos
convirtieron en "justa causa" y cruzada de "sangre y
fuego":
"En la cristiandad
primitiva la ascesis parece estar compuesta de dos elementos
esenciales (Wake, 1998: 6): la anachoresis o aislamiento, y la
enkrateia o autocontrol". El primero (el “exilio
voluntario” como lo llamaba Evagrio Póntico) corresponde al
distanciamiento de todo lazo humano, pues muy pronto, desde san
Antonio, se descubrió que este combate espiritual era imposible en
las condiciones de la vida cotidiana. El segundo, el control de sí
mismo, significa que el solitario buscaba recobrar el poder sobre
aquello que convulsionaba su vida: sobre las pasiones que agitan sus
sentidos, y sobre los pensamientos que acosan su mente. Este
autocontrol tiene un propósito definido: alcanzar un estado de paz
interior, la imperturbabilidad que los cristianos, siguiendo a los
filósofos estoicos, llamaban apatheia (justamente, “ausencia
de pasiones”)" (Sergio Pérez Cortés, Sueños eróticos y
ejercicios espirituales entre los hombres del desierto. Los sueños
de san Jerónimo, Sociológica, México, Departamento de Filosofía,
Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Iztapalapa, año 24,
número 69, enero-abril de 2009, pp. 13-42 ).
Lo que el cristianismo exige
es la apatía y la renuncia a los entusiasmos y regocijos gozosos del
"aliento vital". Vivir en el desierto.
Lo opuesto de la experiencia
erótica que trasgrede y subvierte los poderes que dominan, enajenan
y alienan, el gozo de la vida (bios y zoe) y la salud
del "aliento vital".
***
Contra esa superestructura
-que fue ajena para Platón y una trampa para Georges Bataille-
cabalga lanza en ristre la Dama del Diván Rojo reclutando Damas y
Caballeros.
Esa superestructura muchos
han intentado derribarla, la han sitiado y atacado desde adentro y
desde afuera, algunas mellas le han hecho, pero ella continúa ahí,
inmensa, imbatible, camaleónica, mutante. Todos se han equivocado,
porque su poder no radica en las torres, murallas y fortificaciones
que ha construido, pues estas no son para defenderse o repeler los
ataques, sino para impedir que quienes están dentro, escapen,
porque, quieran o no, están encadenados allí, por o contra su
voluntad, desde antes de ser concebidos, por el poder del miedo, el
miedo a que no exista otro mundo "más allá" y porque
temen hasta la tentación de siquiera mirar.
Ese es su poder. Ese es el
terror metafísico, el mismo que Dostoievski nombra como "terror
místico":
"Se trata de un temor
profundo y torturante que yo mismo no acierto a definir, hacia algo
inconcebible e inexistente en el orden de las cosas, pero que parece
presto a realizarse de un momento a otro y que, como para mofarse de
todos los conceptos de la razón, va a plantarse ante mí como un
hecho irrefutable, pavoroso, deforme e inexorable. Es un temor que
suele ir acrecentándose más y más, pese a todos los razonamientos
de la mente, de suerte que la inteligencia, no obstante alcanzar en
esos momentos su máxima lucidez, se ve en la imposibilidad de
contrarrestar las sensaciones. No se presta oído a la razón, que se
convierte en algo inútil, y este desdoblamiento acentúa más aún
la azorada angustia de la espera. Creo que, en cierto modo, este
miedo es el mismo que el de las personas que temen a los difuntos.
Pero, en la angustia mía, lo incierto del peligro agrava mi
tormento" (Humillados y ofendidos, primera parte, cap.
X).
Eso es "el horror
metafísico", aquel que mata el "aliento vital", la
imposibilidad de acceder a "la experiencia erótica", como
bien lo mostró Dostoievski en sus novelas y, después de él, Kafka
y otros más.
En El proceso y en El
castillo, Kafka narra sendos actos sexuales de intenso contenido
sexual, una sexualidad bizarra, en los cuales el "horror
metafísico" frustra la "experiencia erótica", "el
momento erótico supremo", en ellos no se alcanza ni "la
unidad" ni "la continuidad", por el contrario, se
manifiesta el imperio de "la multiplicidad" y de "la
discontinuidad". "El horror metafísico" impide la
posibilidad de cualquier clase de "experiencia", porque
allí impera el vacío y la ausencia de sentido, de interioridad.
Ese es el vacío y la
ausencia a los que los personajes de Dostoievski y Kafka buscan
llenar de sentido, de presencia, de carne viva, porque su ser, al no
estar en este mundo, tampoco está en ese otro, inexistente, "el
otro mundo".
Porque en la "experiencia
erótica" lo que sucede, "el suceso", es el "deseo"
de fundirse y fusionarse del sí mismo, de sí mismo, de la carne y
del mundo, en aquello que es "lo otro", "el otro",
"lo desconocido", para allí reintegrarse al alcanzar "la
unidad", "la continuidad": el (re) conocer, el ser
conocido y el conocerse en sí mismo, en "lo otro" y en
"el otro".
Es por ello que en el lado
opuesto de la moneda están: Don Quijote quien en la aventura de la
cueva de Montesinos, trasgrede y subvierte ese "horror
metafísico", accediendo a la plenitud de "la experiencia
erótica".
Y quizás la cumbre de las
trasgresiones y subversiones las ofrece Shakespeare en Romeo y
Julieta, exponiendo el enamoramiento como "experiencia erótica"
contra "el horror metafísico". También, en Penas de amor
perdido, allí se desarrolla un debate sobre "la experiencia
erótica" y sus consecuencias.
Pero, es del caso aclarar,
ese "horror metafísico" nada tiene que ver, primero, ni
con el "miedo sexual":
"Lo que obsesiona al
religioso en la tentación, es sin duda aquello a lo que teme"
(G. B. El erotismo, p. 319).
Y, segundo, ni con un
inexistente "miedo erótico", que bien explica Georges
Bataille:
"El
sentido último del erotismo es la muerte.
Hay en la
búsqueda de la belleza, al mismo tiempo que un esfuerzo para
acceder, más allá de una ruptura, a la continuidad, un esfuerzo
para escapar a ella.
Jamás deja de existir ese
esfuerzo ambiguo.
Pero su ambigüedad resume y
retoma el movimiento del erotismo.
La multiplicación desordena
un estado de simplicidad del ser; un exceso trastoca los límites,
desemboca de alguna manera en el desbordamiento.
Siempre se da un límite con
el cual concuerda el ser. Identifica ese límite con lo que él es.
El horror nos induce a pensar que ese límite puede dejar de existir.
Pero nos equivocamos tomando en serio el límite y el acuerdo que el
ser le da. El límite sólo se da para ser excedido. El miedo (el
horror) no indica la decisión verdadera. Al contrario, de rebote,
incita a franquear los límites" (G. B. El erotismo, p. 201).
Otra cosa muy distinta es el
miedo biológico a morir:
"Como un animal
amenazado de muerte, los reflejos, vinculados entre sí de un
modo intolerable, de estupefacta inmovilidad y de huida lo paralizan
en esa posición de supliciado que solemos llamar angustia"
(G. B. El erotismo, p. 323).
Al igual que el placer y el
dolor, el miedo biológico es propiedad natural de la materia
organizada que llamamos vida (bios), son instrumentos para la
supervivencia, la reproducción y la adaptación, pero, la cultura,
las ideologías, los han han convertido en grilletes de la existencia
(zoe). Ese es el poder que hay que desmontar, porque es allí
donde se instala aquella perversión que llaman "violencia
sagrada".
Y en ese punto es donde las
propuestas de Platón y Georges Bataille son fundamentales: la única
muerte que existe es aquella a la que se accede en vida, "la
pequeña muerte", aquella de cuando, eróticamente, se desea
(una cosa es el deseo sexual y otra es el deseo erótico) superar la
multiplicidad en la unidad, la discontinuidad en la continuidad, para
así alcanzar el momento en el cual se "percibirá
de repente algo muy bello", "el momento
supremo del erotismo", ese instante en el que desde el Todo se
contempla el Uno, "la experiencia primordial" de que
hablaba en la Carta eleusina No. 14. "Experiencia primordial"
en la que se muere para resucitar trasformado: Ariadna y su hijo y
amante, Dionisios, la perpetuación del ciclo de la vida (bios
y zoe).
En fin, el asunto se pone
aquí en el punto de pregunta: ¿Cómo?
Sólo espero que la Dama del
Diván Rojo, como la Dama Celeste del soneto de Shakespeare, sople
"[...] el profético
aliento / que al vasto mundo en sueños de futuro agita..."
(Shakespeare, soneto CVII).
En
fin... asuntos para seguir leyendo y escribiendo.
(Escribí para mí, para ti,
para quien sea),
"Que sigas bien"
Iván Rodrigo García
Palacios.