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lunes, 30 de abril de 2012

Carta eleusina No. 15


Iván Rodrigo García Palacios
Carta eleusina No. 15


Eros
Apreciado Lucilio, "te saludo"
Pensando en los artes y oficios de la Dama del Diván Rojo, se me ocurrió que es necesario hacer claridad sobre los asuntos que ella maneja con relación a Eros y erotismo, Afrodita y afrodisíaco, y a sus conexiones, correspondencias y relaciones con lo erótico, lo afrodisíaco y lo venusino, eso que tanto en la cultura popular como, a veces, en los ámbitos más cultos, se funde y confunde, privándolo de sus sentidos primordiales y, en consecuencia, es enajenando y alienando de sus verdaderos beneficios: la salud del aliento vital.
Cuando las religiones y las ideologías quieren imponer sus perversas manipulaciones, enajenaciones y alienaciones, funden y confunden los conceptos. Por ejemplo: libertad y libre albedrío; cuerpo, alma y espíritu; vida y muerte, pero aquella muerte que escinde cuerpo de espíritu para enajenar la vida, entre muchas más.
Una de las más perversas y antiguas fusiones y confusiones, es la que se ha realizado con los conceptos, significados, connotaciones y experiencias del eros, del amor, de la philia, del ágape y de la amistad. Y ni que decir de lo afrodisíaco, de lo venusino, de lo melusino.
Es por ello que todo ese asunto ha sido estigmatizado, hasta el punto que, por un lado, el mercado consumista todo lo ha erotizado -sería más correcto decir: afrodisiado, pero esa palabra no existe ni en los idiomas y menos en los diccionarios, lo que es muestra de esa aberrante estigmatización- y, por otro, las creencias religiosas y las ideologías fundamentalistas lo han convertido en causa de degeneración y degradación. Y lo que es peor, han convertido a la mujer en su causa y al hombre en su víctima.
Y en medio, una humanidad manipulada, enajenada, alienada y explotada.
Sin pretender ser exhaustivo, voy a proponer algunas consideraciones al vuelo
"El poder natural del ala es levantar lo pesado, llevándolo hacia arriba, hacia donde mora el linaje de los dioses. En cierta manera, de todo lo que tiene que ver con el cuerpo, es lo que más unido se encuentra a lo divino. Y lo divino es bello, sabio, bueno y otras cosas por el estilo. De esto se alimenta y con esto crece, sobre todo, el plumaje del alma; pero con lo torpe y lo malo y todo lo que le es contrario, se consume y acaba" (Platón, Fedro, 246 d-e).
Para mostrar que lo que, para los antiguos "Sabios" griegos y para Platón eran Eros y erotismo, es en lo que Georges Bataille empeña su vida por llevar hasta "unas últimas consecuencias", las que, él mismo lo supo siempre, son "un horizonte". Es decir, voy a tratar de mostrar cómo la "erótica platónica" se conecta, corresponde y relaciona, con la erótica batailleana.
Por razones de espacio y tiempo, me toca dejar para una carta posterior los asuntos venusinos y melusinos, así como los de la philia, el ágape y la amistad.
***
Si bien los asuntos de Eros, Afrodita y Amor, en su manifestación humana y en los lenguajes, son en extremo complejos y confusos, Platón, al exponerlos, mostró sumo cuidado al diferenciarlos y explicarlos al proponer lo que se conoce como la erótica platónica de sus diálogos Banquete y Fedro, pues, como bien puede deducirse de su empeño, él era más que consciente de las inmensas fusiones y confusiones culturales y lingüísticas presentes en la cultura y en el lenguaje griegos de su tiempo aportadas por las incontables culturas, tradiciones e idiomas que allí se habían asentado y naturalizado.

Son incontables y muy diversos los estudios realizados sobre estos asuntos, así como sobre las interpretaciones que de ellos hizo Platón, los que, como todo en los ámbitos científicos, proponen soluciones propias y diferentes, sin que se pueda decir que existe un acuerdo, si no más bien algunas tendencias en uno u otro sentido. A manera de ejemplo y más acorde con mi propósito, cito la siguiente.
En el capítulo 8: Uno, dos, tres: Eros, de su libro: El individuo, la muerte y el amor en la antigua Grecia, Jean-Pierre Vernant, hace claridad sobre la complejidad mitológica de Eros y Afrodita:
"¿En qué podría consistir entonces la acción de Eros? No en aproximar y juntar a unos seres diferenciados por su sexo para así originar un tercero que venga a añadirse a los dos primeros. Más bien Eros impulsa a las unidades primigenias a actuar en el momento en que ellas palpitan oscuramente en su seno. Como explica Rudhart, Eros hace explícito en la pluralidad diferenciada y conformada de la descendencia aquello que antes estaba implícitamente contenido en la unidad confusa del ascendente. Eros no es el principio de unión de la pareja: no reúne a las dos partes para dar origen a un tercer ser, sino que hace manifiesta la dualidad, la multiplicidad, contenidas en la unidad" (Jean-Pierre Vernant, El individuo, la muerte y el amor en la antigua Grecia, Barcelona, Paidos, 2001, cap. 8 , Uno, dos, tres: Eros).
Así como también sobre la interpretación que de ello se hace en la erótica platónica:
"Considerando el análisis de Francois Flahaut, se demuestra que, por el contrario, la posición de Platón, tal como es expuesta por Diótima al Sócrates de El banquete, se opone punto por punto a esa otra de la que Aristófanes se hace portavoz. Decir que el amor es similar a una locura divina, a una iniciación, a un estado de posesión, supone reconocer que en el espejo que es el amado no será nuestro rostro de hombre lo que aparece, sino más bien el del dios del cual estamos poseídos, del cual llevamos la máscara y que, transformando nuestra cara al mismo tiempo que la de nuestra pareja, ilumina ambas con un resplandor procedente de otra parte, de otro mundo. En ese rostro amado en el que me miro a mí mismo lo que percibo, lo que me fascina y me transporta es la presencia de la Belleza. Dentro de ese juego de espejos por él presidido, Eros no opera horizontalmente, como Aristófanes imaginaba; no une, a ras de suelo a dos individuos mutilados para reunir después, ombligo contra ombligo, los fragmentos dispersos. Más bien apunta hacia lo alto, en dirección al cielo, enderezando en vertical al amante y al amado, en el sentido de eso que en los dos es la cima del cráneo, allá donde hueso y piel se juntan, el único ombligo propiamente dicho, acercándoles no el uno al otro sino en todo caso a su común patria ese espacio original del cual fueran expulsados, a manera de una «planta celeste» arrancada de su matriz para ser lanzada aquí abajo" (Jean-Pierre Vernant, El individuo, la muerte y el amor en la antigua Grecia, Barcelona, Paidos, 2001, cap. 8 , Uno, dos, tres: Eros).
De manera breve y somera y sin profundizar en filologías, sobre lo que ya existe suficiente información, voy a exponer lo que el mismo Platón explica sobre Eros, Afrodita, Amor, manía y enamoramiento, a los que califica de "deseo", pero diferenciando que unos son "los deseos" de la carne y las pasiones y otro es "el deseo" de lo Bello.
"Conviene, pues, tener presente que en cada uno de nosotros hay como dos principios que nos rigen y conducen, a los que seguimos a donde llevarnos quieran. Uno de ellos es un deseo natural de gozo, otro es una opinión adquirida, que tiende a lo mejor" (Fedro, 237 d).
Sobre el Amor, Platón hace la siguiente diferenciación:
"[...] existe [...] una teoría según la cual algunos van en busca de la otra mitad de sí mismos, pero lo que yo digo es que el amor no es ni de mitad ni de todo, sí no es el caso de que éste sea de algún modo bueno" (PLATÓN, El banquete, 205 d 9-c 3 ).
 Esas diferencias, así como en lo referente a la sexualidad y al Eros afrodisíaco, quedan bien claras, primero, en los discursos iniciales de Banquete y Fedro y, segundo, específicamente, en el primer discurso de Sócrates en Fedro (237 y 238), cuando, al referirse al Eros carnal y pasional, lo hace con la cabeza tapada, pero cuando ya se refiere al Eros que aspira y conduce a lo Bello, al final, se asombra porque ha sido poseído por esa fuerza:
"Pero, querido Fedro, ¿no tienes la impresión, como yo mismo la tengo, de que he experimentado una especie de trasporte divino?" (Fedro, 238 c).
Fuerza que E. Lledó Iñigo explica:
"Densa y precisa definición de Eros, en la que también interviene la «filología» platónica, como lo muestra la relación etimológica Érōs-Rhomē: el amor como impulso, deseo, fuerza" (Platón, diálogos, Fedro, Gredos, Madrid, 1997, nota, p. 331).
Para enfatizar aun más tales diferencias, Platón las ilustra más adelante con el mito del auriga y los caballos alados (Fedro, 253 c-e).
Platón también es enfático al establecer que existen dos Eros y dos Afroditas (Banquete, 180 d) y que sus influjos actúan sobre mujeres y hombres, a veces si a veces no, de manera conjunta y simultánea, pero siempre de acuerdo a sus propiedades y en forma clara y específica, o bien como "deseo natural de gozo" o bien como "opinión que tiende a lo mejor".
Al hacer esas enfáticas diferencias, Platón deja claro que el Eros que importa para su erótica, es aquel que, por la fuerza del "deseo" aspira y conduce a la Belleza, "de la multiplicidad a la unidad" (Banquete, 210 a-b), pero sin ser ajena a la fuerza del "deseo natural de gozo", el que también opera, pero de una manera específica.
Esa erótica platónica está expuesta como magisterio filosófico y proyecto educativo en Banquete en el discurso en el que Sócrates explica su "iniciación erótica" por parte de Diotima, la sacerdotisa de Maitinea. Como lo he expuesto en mi escrito Platón eleusino.
Sobre los asuntos del Amor, la manía y el enamoramiento, Platón también establece claras diferencias. Por una parte, dice Sócrates:
"Porque dijimos que el amor era como una locura, una manía" (Fedro, 265 a).
Para agregar a continuación:

"SÓCRATES: Pero hay dos formas de locura; una debida a enfermedades humanas, y otra que tiene lugar por un cambio que hace la divinidad en los usos establecidos.
FEDRO: Así es.
SÓCRATES: En la divina, distinguíamos cuatro partes, correspondientes a cuatro divinidades, asignando a Apolo la inspiración profética, a Dioniso la mística, a las Musas la poética, y la cuarta, la locura erótica, que dijimos ser la más excelsa, a Afrodita y a Eros" (Platón, Fedro: 265 a-b).
Esa locura amorosa o manía, es la que afecta de manera extrema a aquellos que se enamoran de los cuerpos y de los otros, pero también a aquellos que aspiran a lo Bello, para quienes su locura los conduce a la Belleza, "de la multiplicidad a la unidad" (Banquete, 210 a-b).
Sin embargo, precisar los asuntos propiamente dichos del Amor referidos a las relaciones entre las personas o con las actividades y las cosas, es más complicado, porque, por un lado se presentan las confusas equivalencias y relaciones Eros y Amor, como se explicó antes, y por el otro, la diversidad de fusiones y confusiones de los significados del Amor como ese sentimiento que une a las personas entre sí, así como con sus actividades o con las cosas. Lo único claro, para lo que aquí se trata, es que esa clase de amor-sentimiento poco más tiene que ver con el erotismo, pero que sin embargo, dada su importancia, debe ser motivo de posteriores explicaciones.
No es sólo Platón quien en sus escritos establece y usa esas diferencias de Eros, Afrodita, manía, Amor y enamoramiento. Por ejemplo, también lo hacen, entre otros: Teogonis, Safo, Anacreonte y Eurípides, lo que muestra que el asunto no era ni extraño ni desconocido para los griegos.
Ahora bien, Georges Bataille parte del supuesto que esos asuntos ya han sido establecidos y aclarados por Platón, así que sólo se interesa por llevar hasta sus últimas consecuencias ... su propia erótica.
***
Empiezo por aclarar que, tanto para Platón como para Georges Bataille, en las cuestiones de Eros y erotismo, en primer lugar, hombres y mujeres son iguales, Eros todo lo afecta. Y que, en segundo lugar, son otras y diferentes las cuestiones de Afrodita y lo afrodisíaco, en las que si opera la sexualidad por los géneros.
Para ambos, Eros y erotismo son cuestiones de la interioridad humana, así como que afectan a todo lo existente, orgánico e inorgánico. En tanto que Afrodita y lo afrodisíaco son actividades de la sexualidad de los seres sexuados.
Tanto Platón como Georges Bataille, establecen, con evidente claridad, las diferencias, así como las relaciones y las distancias entre lo erótico y lo afrodisíaco, pues, como escribe Platón:
"Todos sabemos, en efecto, que no hay Afrodita sin Eros. Por consiguiente, si Afrodita fuera una, uno sería también Eros. Mas como existen dos, existen también necesariamente dos Eros" (Banquete, 180 d).
Platón lo ilustra con el mito del auriga en Fedro, al describir el manejo y comportamientos de los caballos alados, el caballo bueno, el de "la visión erótica" y el caballo malo, el de "la visión afrodisíaca":
"Así que cuando el auriga, viendo el semblante amado, siente un calor que recorre toda el alma, llenándose del cosquilleo y de los aguijones del deseo, aquel de los caballos que le es dócil, dominado entonces, como siempre, por el pundonor, se contiene a sí mismo para no saltar sobre el amado. El otro, sin embargo, que no hace ya ni caso de los aguijones, ni del látigo del auriga, se lanza, en impetuoso salto, poniendo en toda clase de aprietos al que con él va uncido y al auriga, y les fuerza a ir hacia el amado y traerle a la memoria los goces de Afrodita" (Fedro, 253 c-e).
Por su parte, para Georges Bataille:
"El erotismo es uno de los aspectos de la vida interior del hombre. Nos equivocamos con él porque busca sin cesar afuera un objeto de deseo. Pero ese objeto responde a la interioridad del deseo".
"[...] El erotismo del hombre difiere de la sexualidad animal en eso justamente, en que pone a la vida interior en cuestión. El erotismo es en la conciencia del hombre lo que pone en él al ser en cuestión. La propia sexualidad animal introduce un desequilibrio y ese desequilibrio amenaza la vida, pero el animal no lo sabe. Nada se abre en él que se parezca a una cuestión" (G. B. El erotismo, p. 45).
Luego, agrega y diferencia, lo afrodisíaco es una actividad del cuerpo:
"Sea como fuere, si el erotismo es la actividad sexual del hombre, es en la medida en que ésta difiere de la de los animales. La actividad sexual de los hombres no es necesariamente erótica. Lo es cada vez que no es rudimentaria, que no es simplemente animal" (G. B. El erotismo, p. 46).
Y, en Las lágrimas de Eros, lo precisa y lo distancia de las tergiversaciones cristianizadas:
"La mera actividad sexual es diferente del erotismo; la primera se da en la vida animal, y tan sólo la vida humana muestra una actividad que determina, tal vez, un aspecto "diabólico" al cual conviene la denominación de erotismo.
Es cierto que el término "diabólico" se relaciona con el cristianismo. No obstante, según todas las apariencias, cuando el cristianismo era algo lejano, la más antigua humanidad conoció ya el erotismo" (G. B., Las lágrimas de Eros, p. 41).
Antes que el diablo, fueron Dionisios y los daimones.
***
En vista de lo anterior, es necesario volver a las fuentes: Platón y Georges Bataille, maestro y discípulo, porque ambos estuvieron inmersos en esa búsqueda y examen sin fin de una verdad existencial, a veces, "inaprehensible": la verdad erótica. Búsqueda y examen que Bataille, al superar a su maestro, continúa hasta horizontes que aquel ni podía imaginar y que él mismo no logra alcanzar.
Georges Bataille asume como su destino el desvelar, a partir de la erótica platónica, aquello que aquel se plateó sobre Eros, vida y muerte ("la resurrección de la carne") y como "experiencia de conocimiento y vida", en Banquete, Fedro y Fedón, lo que para ambos sería:
"Pero ver el fulgor de la belleza se pudo entonces, cuando con el coro de bienaventurados teníamos a la vista la divina y dichosa visión, al seguir nosotros el cortejo de Zeus, y otros el de otros dioses, como iniciados que éramos en esos misterios, que es justo llamar los más llenos de dicha, y que celebramos en toda nuestra plenitud y sin padecer ninguno de los males que, en tiempo venidero, nos aguardaban. Plenas y puras y serenas y felices las visiones en las que hemos sido iniciados, y de las que, en su momento supremo, alcanzábamos el brillo más límpido, límpidos también nosotros, sin el estigma que es toda esta tumba que nos rodea y que llamamos cuerpo (*), prisioneros en él como una ostra" (Platón, Fedro, 250 b-c. Traducción, introducción y notas de E. Lledó Íñigo, Gredos, Madrid, 1997 ).
(*) La comparación del cuerpo con una tumba (sôma-sêma), procede del orfismo (cf. Gorgias 493a; República X 611e; Fedón 82e).
Ahora bien, Georges Bataille, sin plantarse en la lucha nietzscheana contra las religiones institucionalizadas y en particular contra el cristianismo, si muestra la impostura del sentido religioso del cristianismo, porque allí se da, en el vacío de las ideas, la ausencia de Dios, de lo divino, de lo sagrado y de la imposibilidad de la "experiencia mística", porque en ese vacío y ausencia también está la imposibilidad de alcanzar el "momento supremo erótico", ese que para Georges Bataille es:
"El momento erótico es también el más intenso (con excepción, si se quiere, de la experiencia de los místicos). Así se sitúa en la cumbre del espíritu humano" (G. B., El erotismo, p. 374).
Hay que anotar que para Georges Bataille erotismo y religión están íntimamente conectados:
"Cae de su peso que el desarrollo del erotismo no es en nada exterior al terreno de la religión, pero precisamente, el cristianismo, oponiéndose al erotismo, condenó a la mayor parte de las religiones. En un sentido, la religión cristiana es quizás la menos religiosa" (G. B., El erotismo, p. 49).
Es por ello que su denuncia se extiende al abuso y tergiversación que han cometido las religiones institucionalizadas con las cuestiones de Eros y erotismo, Afrodita y lo afrodisíaco, así como también lo hace extensivo a Freud y a los prosélitos del psicoanálisis.
Es así que por "un módico precio", en las "cajas registradoras" de los confesionarios y de los divanes psicoanalíticos, se perdonan los pecados de la carne y se "descarga" de la culpa por las perversiones sexuales (así sean las perversiones sexuales del propio Freud: Michel Onfray, El crepúsculo de un ídolo, Taurus Madrid, 2011).
***
Sin embarcarme en una investigación exhaustiva en la obra de Georges Bataille, una lectura de su libro El erotismo, muestra que los tres diálogos platónicos: Banquete, Fedro y Fedón, se conectan, corresponden y relacionan de manera directa con lo que se propone Georges Bataille. Por una parte, desarrollar el Eros y lo erótico platónico hasta sus "últimas consecuencias" y por la otra, situar la dificultad de la palabra y de la filosofía para contestar a la pregunta filosófica que las excede a ambas:
"La pregunta no tiene sentido más que elaborada por la filosofía: es la pregunta suprema cuya respuesta es el momento supremo del erotismo -el silencio del erotismo" (G. B. El erotismo, p. 376).
Lo que se corresponde con los planteamientos que Platón hace sobre la retórica y la escritura en Fedro.
Para ambos, la imposibilidad de la palabra sólo será superada en "la muerte" (Fedón) y para Georges Bataille, cuando
"[...] en ese momento de profundo silencio -en ese momento de muerte-, se revela la unidad del ser, en la intensidad de las experiencias en las que la verdad se separa de la vida y de sus objetos" (G. B. El erotismo, p. 377).
En la conclusión a su libro El erotismo, Georges Bataille expone su argumentación sobre esas dificultades de la palabra y de la filosofía.
***
Platón se propone distinguir las tres acciones de Eros: el Eros afrodisíaco, el Eros pasional y el Eros divino o sagrado, el de la "manía", lo cual se corresponde, evidentemente, con los tres erotismos que plantea Georges Bataille: el erotismo de los cuerpos, el erotismo de los corazones y el erotismo sagrado (G. B., El erotismo, p. 28).
Para ambos, "la máxima experiencia" se alcanza en el Eros sagrado, que es aquella, que para Platón "lleva de la multiplicidad a la unidad" y que para Georges Bataille es la que conduce "de la discontinuidad a la continuidad".
Platón lo plantea a partir de la "iniciación erótica" de Sócrates:
"[...] en la iniciación perfecta, la que comporta la contemplación" (Banquete, 210 a).
Contemplación que para Platón es la que pretende conducir de la multiplicidad a la unidad.
Contemplación que para Georges Bataille equivale a conducir de la discontinuidad a la continuidad:
"En el plano definido por lo que vengo desarrollando, la continuidad divina está vinculada a la transgresión de la ley que funda el orden de los seres discontinuos. Los seres discontinuos que son los hombres se esfuerzan en perseverar en la discontinuidad. Pero la muerte, al menos la contemplación de la muerte, los devuelve a la experiencia de la continuidad" (G. B., El erotismo, p. 116).
Para Platón el proceso concluye con la experiencia de "engendrar una virtud verdadera" en aquella "visión luminosa", tal y como lo describe en Banquete:
"3 [A 10] a. Pues bien, querido Sócrates, tal vez tu también puedas ser iniciado en esta doctrina del amor; pero llegar al grado más perfecto de la contemplación mistérica, que es la meta de todo lo dicho -con tal de que se siga el camino justo- no sé si serás capaz de alcanzarlo".
b. ... ése tal, llegado al término de la disciplina amorosa, percibirá de repente algo muy bello, de carácter maravilloso; precisamente, querido Sócrates, aquello por lo que cobran sentido los sufrimientos precedentes.
... Es más, esa belleza no se le manifestará con la figura de un ... rostro, ni como un discurso o un conocimiento ... sino en sí misma, por sí misma, y consigo misma, simple y eterna" (Platón, Banquete, 209e - 210 a, 210 e - 211 b).
Y en la Carta VII:
"3 [A 17] Desde luego que yo no he escrito nada sobre esas cosas, y nunca lo escribiré; porque este conocimiento no es en modo alguno comunicable, como otros, sino que sólo después de una intensa familiaridad con el objeto y después de haber convivido largo tiempo con él, de repente -como luz que brota de una llama palpitante- surge en el espíritu y el mismo se alimenta de sus propias virtualidades" (Platón, Séptima carta, 341 c-d).
Lo que para Georges Bataille se corresponde con "el momento supremo del erotismo" que es:
"Podemos decir del erotismo que es la aprobación de la vida hasta en la muerte" (G. B., El erotismo, p.23).
Lo cual se revela:
"Es la contemplación del ser en la cumbre del ser" (G. B., El erotismo, p. 376):
Y que, al igual que para Platón, es la consecuencia de una "experiencia de conocimiento y vida":
"En efecto, lo que la experiencia mística revela es una ausencia de objeto. El objeto se identifica con la discontinuidad; por su parte, la experiencia mística, en la medida en que disponemos de fuerzas para operar una ruptura de nuestra discontinuidad, introduce en nosotros el sentimiento de continuidad. Lo introduce por unos medios distintos del erotismo de los cuerpos o del erotismo de los corazones. Más exactamente, la experiencia mística prescinde de los medios que no dependen de la voluntad. La experiencia erótica, vinculada con lo real, es una espera de lo aleatorio: es la espera de un ser dado y de unas circunstancias favorables. El erotismo sagrado, tal como se da en la experiencia mística, sólo requiere que nada desplace al sujeto" (G. B. El erotismo, p. 38).
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En consecuencia, una cosa es lo erótico y otra, lo afrodisíaco.
Lo erótico es esa experiencia de la interioridad dionisiaca, pero no lo dionisiaco nietzscheano, sino aquella interioridad en la que se asienta la Sabiduría y la que propicia el nacimiento de la filosofía (Giorgio Colli, Filósofos sobrehumanos, Siruela, Barcelona, 2o10).
Lo afrodisíaco es la experiencia de la carne sensualizada, lo que las religiones monoteístas se encargaron de fundir y confundir con la finalidad de enajenar y alienar la vida: el horror a la carne que Pablo de Tarso imprimió con fuego en el cristianismo y que sus prosélitos convirtieron en "justa causa" y cruzada de "sangre y fuego":
"En la cristiandad primitiva la ascesis parece estar compuesta de dos elementos esenciales (Wake, 1998: 6): la anachoresis o aislamiento, y la enkrateia o autocontrol". El primero (el “exilio voluntario” como lo llamaba Evagrio Póntico) corresponde al distanciamiento de todo lazo humano, pues muy pronto, desde san Antonio, se descubrió que este combate espiritual era imposible en las condiciones de la vida cotidiana. El segundo, el control de sí mismo, significa que el solitario buscaba recobrar el poder sobre aquello que convulsionaba su vida: sobre las pasiones que agitan sus sentidos, y sobre los pensamientos que acosan su mente. Este autocontrol tiene un propósito definido: alcanzar un estado de paz interior, la imperturbabilidad que los cristianos, siguiendo a los filósofos estoicos, llamaban apatheia (justamente, “ausencia de pasiones”)" (Sergio Pérez Cortés, Sueños eróticos y ejercicios espirituales entre los hombres del desierto. Los sueños de san Jerónimo, Sociológica, México, Departamento de Filosofía, Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Iztapalapa, año 24, número 69, enero-abril de 2009, pp. 13-42 ).
Lo que el cristianismo exige es la apatía y la renuncia a los entusiasmos y regocijos gozosos del "aliento vital". Vivir en el desierto.
Lo opuesto de la experiencia erótica que trasgrede y subvierte los poderes que dominan, enajenan y alienan, el gozo de la vida (bios y zoe) y la salud del "aliento vital".
***
Contra esa superestructura -que fue ajena para Platón y una trampa para Georges Bataille- cabalga lanza en ristre la Dama del Diván Rojo reclutando Damas y Caballeros.
Esa superestructura muchos han intentado derribarla, la han sitiado y atacado desde adentro y desde afuera, algunas mellas le han hecho, pero ella continúa ahí, inmensa, imbatible, camaleónica, mutante. Todos se han equivocado, porque su poder no radica en las torres, murallas y fortificaciones que ha construido, pues estas no son para defenderse o repeler los ataques, sino para impedir que quienes están dentro, escapen, porque, quieran o no, están encadenados allí, por o contra su voluntad, desde antes de ser concebidos, por el poder del miedo, el miedo a que no exista otro mundo "más allá" y porque temen hasta la tentación de siquiera mirar.
Ese es su poder. Ese es el terror metafísico, el mismo que Dostoievski nombra como "terror místico":
"Se trata de un temor profundo y torturante que yo mismo no acierto a definir, hacia algo inconcebible e inexistente en el orden de las cosas, pero que parece presto a realizarse de un momento a otro y que, como para mofarse de todos los conceptos de la razón, va a plantarse ante mí como un hecho irrefutable, pavoroso, deforme e inexorable. Es un temor que suele ir acrecentándose más y más, pese a todos los razonamientos de la mente, de suerte que la inteligencia, no obstante alcanzar en esos momentos su máxima lucidez, se ve en la imposibilidad de contrarrestar las sensaciones. No se presta oído a la razón, que se convierte en algo inútil, y este desdoblamiento acentúa más aún la azorada angustia de la espera. Creo que, en cierto modo, este miedo es el mismo que el de las personas que temen a los difuntos. Pero, en la angustia mía, lo incierto del peligro agrava mi tormento" (Humillados y ofendidos, primera parte, cap. X).
Eso es "el horror metafísico", aquel que mata el "aliento vital", la imposibilidad de acceder a "la experiencia erótica", como bien lo mostró Dostoievski en sus novelas y, después de él, Kafka y otros más.
En El proceso y en El castillo, Kafka narra sendos actos sexuales de intenso contenido sexual, una sexualidad bizarra, en los cuales el "horror metafísico" frustra la "experiencia erótica", "el momento erótico supremo", en ellos no se alcanza ni "la unidad" ni "la continuidad", por el contrario, se manifiesta el imperio de "la multiplicidad" y de "la discontinuidad". "El horror metafísico" impide la posibilidad de cualquier clase de "experiencia", porque allí impera el vacío y la ausencia de sentido, de interioridad.
Ese es el vacío y la ausencia a los que los personajes de Dostoievski y Kafka buscan llenar de sentido, de presencia, de carne viva, porque su ser, al no estar en este mundo, tampoco está en ese otro, inexistente, "el otro mundo".
Porque en la "experiencia erótica" lo que sucede, "el suceso", es el "deseo" de fundirse y fusionarse del sí mismo, de sí mismo, de la carne y del mundo, en aquello que es "lo otro", "el otro", "lo desconocido", para allí reintegrarse al alcanzar "la unidad", "la continuidad": el (re) conocer, el ser conocido y el conocerse en sí mismo, en "lo otro" y en "el otro".
Es por ello que en el lado opuesto de la moneda están: Don Quijote quien en la aventura de la cueva de Montesinos, trasgrede y subvierte ese "horror metafísico", accediendo a la plenitud de "la experiencia erótica".
Y quizás la cumbre de las trasgresiones y subversiones las ofrece Shakespeare en Romeo y Julieta, exponiendo el enamoramiento como "experiencia erótica" contra "el horror metafísico". También, en Penas de amor perdido, allí se desarrolla un debate sobre "la experiencia erótica" y sus consecuencias.
Pero, es del caso aclarar, ese "horror metafísico" nada tiene que ver, primero, ni con el "miedo sexual":
"Lo que obsesiona al religioso en la tentación, es sin duda aquello a lo que teme" (G. B. El erotismo, p. 319).
Y, segundo, ni con un inexistente "miedo erótico", que bien explica Georges Bataille:
"El sentido último del erotismo es la muerte.
Hay en la búsqueda de la belleza, al mismo tiempo que un esfuerzo para acceder, más allá de una ruptura, a la continuidad, un esfuerzo para escapar a ella.
Jamás deja de existir ese esfuerzo ambiguo.
Pero su ambigüedad resume y retoma el movimiento del erotismo.
La multiplicación desordena un estado de simplicidad del ser; un exceso trastoca los límites, desemboca de alguna manera en el desbordamiento.
Siempre se da un límite con el cual concuerda el ser. Identifica ese límite con lo que él es. El horror nos induce a pensar que ese límite puede dejar de existir. Pero nos equivocamos tomando en serio el límite y el acuerdo que el ser le da. El límite sólo se da para ser excedido. El miedo (el horror) no indica la decisión verdadera. Al contrario, de rebote, incita a franquear los límites" (G. B. El erotismo, p. 201).
Otra cosa muy distinta es el miedo biológico a morir:
"Como un animal amenazado de muerte, los reflejos, vinculados entre sí de un modo intolerable, de estupefacta inmovilidad y de huida lo paralizan en esa posición de supliciado que solemos llamar angustia" (G. B. El erotismo, p. 323).
Al igual que el placer y el dolor, el miedo biológico es propiedad natural de la materia organizada que llamamos vida (bios), son instrumentos para la supervivencia, la reproducción y la adaptación, pero, la cultura, las ideologías, los han han convertido en grilletes de la existencia (zoe). Ese es el poder que hay que desmontar, porque es allí donde se instala aquella perversión que llaman "violencia sagrada".
Y en ese punto es donde las propuestas de Platón y Georges Bataille son fundamentales: la única muerte que existe es aquella a la que se accede en vida, "la pequeña muerte", aquella de cuando, eróticamente, se desea (una cosa es el deseo sexual y otra es el deseo erótico) superar la multiplicidad en la unidad, la discontinuidad en la continuidad, para así alcanzar el momento en el cual se "percibirá de repente algo muy bello", "el momento supremo del erotismo", ese instante en el que desde el Todo se contempla el Uno, "la experiencia primordial" de que hablaba en la Carta eleusina No. 14. "Experiencia primordial" en la que se muere para resucitar trasformado: Ariadna y su hijo y amante, Dionisios, la perpetuación del ciclo de la vida (bios y zoe).
En fin, el asunto se pone aquí en el punto de pregunta: ¿Cómo?
Sólo espero que la Dama del Diván Rojo, como la Dama Celeste del soneto de Shakespeare, sople
"[...] el profético aliento / que al vasto mundo en sueños de futuro agita..." (Shakespeare, soneto CVII).
En fin... asuntos para seguir leyendo y escribiendo.
(Escribí para mí, para ti, para quien sea),
"Que sigas bien"
Iván Rodrigo García Palacios.


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Cartas eleusinas por Iván Rodrigo García Palacios se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.