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lunes, 27 de agosto de 2012

Carta eleusina No. 18



Iván Rodrigo García Palacios
Carta eleusina No. 18


 Gustav Klimt, El árbol de la vida.



La amistad hace su ronda al rededor del mundo y, como un heraldo, nos convoca a todos a que nos despertemos para colaborar en la mutua felicidad” (Epicuro, Gnomonologio Vaticano, 52).


Apreciado Lucilio, "te saludo"
Sólo en la solidaridad1 de los amigos podré salvarme y ellos también.
Digo lo anterior, porque escuchando y leyendo las críticas y denuncias de los bienintencionados detractores de las injusticias y de la corrupción de los sistemas político, económico, religioso y social, actuales, observo un par de cosas comunes a todos ellos, las mismas que el poder y los corruptos no sólo usan para descalificar, estigmatizar y neutralizar esas críticas y denuncias, sino que, en el peor de los casos, las vuelven contra los mismos críticos.
Ese par de cosas son: la primera, se critica y se acusa a un ente o entidad abstracta, esa que llaman “sistema” o a sus partes, igualmente abstractas. Nunca se critica o acusa a una persona o personas específicas o a las instituciones por su nombre y por el delito particular que hayan cometido. O, cuando se critica y acusa a personas e instituciones por su nombre y filiación, o se hace tan vagamente: “presuntos implicados”, o sin las pruebas suficientes, o tan “irresponsablemente valientes”, que no sucede nada o se convierte en tragedia.
La segunda, se responsabiliza de buscar y poner en práctica la solución a otro, un ente o entidad igualmente abstracto: “Todos” o unos “todos” con supuestas identidades de grupo o asociación. Nunca o muy pocas veces, se propone una solución concreta o se muestran actividades concretas que personas o instituciones estén realizando para solucionar un problema concreto y específico.
No digo que esto esté mal, la libertad de opinión es una de las condiciones de la democracia, pero no sólo de opinión se vive, es necesaria la acción y, para mi gusto, por ejemplo, el elegir por medio del voto a quienes gobiernan, legislan e imparten justicia en nombre del Estado, no es propiamente la acción suficiente, puesto que los sistemas electorales son, la más de las veces, injustos y corruptos. Son ellos mismos entidades abstractas.
O, para ponerlo desde otra perspectiva, el Estado y la constitución y las leyes que lo legitiman, son entes tan abstractos que lo que se supone debiera significar y obrar por el bien o bienestar común, se convierte en un entramado de argucias y engaños para el beneficio de los poderosos y los corruptos.
La solución abstracta sería, obviamente, corregir y cambiar esas situaciones, pero eso es exactamente regresar a lo que se critica y se propone como solución: una solución abstracta sobre un sistema abstracto.
Te preguntarás, entonces, ¿qué hacer?
Te respondo remitiéndote a la afirmación con la que empecé esta carta y a la cita de Epicuro que utilizo como epígrafe.
Son incontables los eventos históricos en los cuales las comunidades de amigos solidarios han salvado a la humanidad, casi que me atrevería a decir que ha sido por esas comunidades de amigos que la humanidad todavía existe. Pero, esa es otra historia.
La historia que me interesa es la de ahora, la que me afecta y te afecta y afecta a todos los que conozco y no conozco, en fin, la que está “aquí y ahora” y por todas partes. Esa historia que me vive con y contra mi voluntad, la que determina mis decisiones y actos, desde el más mínimo hasta el más trascendental, la que hace que mi día sea un buen o mal día y que, en la suma de mis días, hace que mi vida sea encantadora o desastrosa o sólo un lugar común, una vida común, con sus altas y bajas y, al final, nada del otro mundo, porque y precisamente por ello, mi vida no la vivo yo, sino que me la vive esa historia que ha sido escrita para mi y para todos, desde eso que llamamos “la cultura” (abstracta, metafísica y ontológica), esa en la que se producen, reproducen y trasmiten, las normas -escritas o no- de lo que debo ser y hacer, ese “sistema de abstracciones” que llamamos: creencias, religiones, política, en fin, ideologías, que de una u otra manera dictan, imponen y condicionan mi Ser y Estar en el mundo.
Y desde es ahí donde debo volver a empezar a vivir mi propia vida, mi propia historia, desde esa pregunta que se hiciera Epicuro: ¿Cómo vivir?, a la que él responde en sus cartas y máximas, porque, como lo escribe Emilio Lledó:
[...] ya que aquel filósofo (Epicuro) que pensó, por primera vez, que había que crear un “orden del pensamiento”, pero que ese orden sólo podía establecerse si, de verdad, si implantaba sobre una teoría del “más acá”, cuyo centro era el cuerpo. Educarlo era, pues, aceptarlo; reconocer que en él reside toda posibilidad de sentido en la vida y toda esperanza de hacer una cultura que no sea ya una cultura de logos, sino de cuerpos” (Emilio Lledó, El epicureísmo, Taurus, Madrid, 1995, p. 133).
Y esto es lo que escribió Epicuro:
El que pone oído a la naturaleza y no a las varias opiniones será siempre autosuficiente. Porque con relación a aquello que “por naturaleza” es suficiente, la más mínima adquisición es riqueza, y con relación a los deseos ilimitados la mayor riqueza es pobreza”.
Para pasar de las palabras a la acción o como le gusta decir a los intelectuales, de la teoría a la práctica, vuelvo a citar a Emilio Lledó:
Ante un ser atado a destinos incomprensibles, a caprichos o designios de complicadas divinidades, los griegos descubrieron una palabra que expresaba la independencia de esos “hados”: libertad, eleuthería, y un camino para conseguirla: construcción de la intimidad, estructuración y organización y creación de la mente, en una palabra, paideia” (Emilio Lledó, El epicureísmo, Taurus, Madrid, 1995, p. 130).
Y esa paideia, empieza conmigo mismo y yo la hago extensiva a mis amigos:
Lo primero, es saber por cierto que yo soy mi cuerpo y mis extensiones -esas de que habló Marshall McLuhan-, sobre el mundo, que mi cuerpo es mi Ser y Estar en el mundo. Que el mundo es como yo lo veo y lo vivo. Vivo en el mundo que mis sensaciones construyen a imagen y semejanza de mi mente.
Segundo, que los poderosos y los corruptos inventan mundos terrenales y trascendentales que me niegan mi cuerpo y disuelven en ilusiones mi Ser y Estar en el mundo, por medio de engaños y mentiras que me hacen temer a los dioses y a la muerte, desear ilimitadamente, etc., cuando ni los unos ni la otra, existen y los deseos ilimitados son una pesadilla.
En consecuencia, para enfrentar los engaños y mentiras de los poderosos y los corruptos, yo no me engaño, no engaño a los demás y no dejo que me engañen. Así mismo, procuro que mis amigos no se engañen, no engañen a los demás y no se dejen engañar.
Y así, entre amigos, construimos nuestro propio mundo de libertad y bienestar. No digo felicidad como lo hace Epicuro, porque esa palabra, tanto como libertad, está llena de cargas ideológicas, pero, en la primera, más complicadas de deshacer que en la segunda.
Es por eso que soy un hombre libre, tal y como lo propone Epicuro y hago de sus enseñanzas una paideia para mí y para compartir con mis amigos. Soy un hombre libre que es lo más cercano a ser un dios y a estar con dioses entre los hombres.
No es una labor sencilla, pero, si en cualquier momento, detengo todo en mi y a mí alrededor, para conocer y reconocer el punto donde estoy parado, ya podré empezar a saber y decidir para donde ir. Porque no es sabio el que sabe a donde ir, sino aquel que sabe donde está y decide donde ir.
Como lo sugiere Walter Otto:
Para Epicuro la ciencia carece de sentido y sólo encuentra una finalidad al servir a un propósito más alto: la libertad humana.
En la libertad se muestra la dignidad del hombre. Para Epicuro el verdadero sabio es el hombre libre que se levanta sobre el dominio del miedo, de las esperanzas y de las ideas irracionales nacidas del sufrimiento. En la libertad, Epicuro cree reconocer claramente el bien más alto del existir, y en ella funda el camino que guiará la vida del sabio hacia la cercanía con los dioses y que le otorga la posibilidad de tener una vigorosa amistad con ellos pese a su lejanía. Acerca de los verdaderos sabios podríamos terminar diciendo que Epicuro vivía como un dios entre mortales (Diog. 10, 135)”.
Con esta figura del sabio, Epicuro se eleva por encima de la filosofía. El explica claramente (Diog. 10, 132) que el “pensamiento razonable”, y su correspondiente postura práctica, se encuentran más allá de la filosofía.
El hombre superior o sabio epicúreo contradice claramente el materialismo radical, de tal manera que podríamos llegar a pensar que Epicuro fue llamado a la existencia tan sólo con el propósito de promulgar la libertad. El valor científico de su pensamiento queda al margen, ya que su valor radica en poder liberar al hombre de la ciega creencia en las fuerzas severas que le impiden la dicha y lo amenazan incesantemente” (Walter Otto, Epicuro, Sexto Piso, México, 2005).
Ya que Walter Otto menciona el asunto de los dioses, es necesario aclarar que para Epicuro, estos no tenían nada que ver ni con los Homo-Humanos ni con el Mundo, ni con el cosmos. A diferencia de Nietzsche, que los declara muertos, él los coloca lejos y ajenos a todo lo que nos afecta y, más bien, los sugiere como modelos a imitar, pues estos son, precisamente, seres imperturbables y felices, que para nada se interesan en los asuntos de los Homo-Humanos, porque, si se interesaran y se inmiscuyeran, no serían ni imperturbables ni felices.
Por el contrario, los dioses y la muerte ante los que los Homo-Humanos se arrodillan y tanto temen, si son para Epicuro, como para Nietzsche, los mayores engaños que los poderosos y los corruptos les hayan impuesto.
Ya que estoy hablando sobre la paideia epicúrea, como una invitación a profundizar sobre ella, es importante aclarar que no debe tomarse de manera literal la sugerencia de Walter Otto con referencia a dejar al margen el valor científico del pensamiento de Epicuro, porque y sin exageraciones, en sus propuestas científicas pueden advertirse ideas que las ciencias actuales están demostrando como válidas y no sólo la más célebre, su teoría de los átomos. Son ideas que las ideologías, todavía hoy, se empeñan en estigmatizar como una forma de mantener a la humanidad sometida a la superstición y en la ignorancia.
Para mostrar sólo un buen ejemplo, de los muchos otros que se podrían exponer, las más avanzadas de las neurociencias actuales están investigando sobre las sensaciones y los fenómenos cerebrales y neuronales que las provocan y manejan, así como sobre sus funciones y su importancia, no sólo para la supervivencia de la especie, sino también y lo más asombroso, para el desarrollo de lo humano y de lo intelectual, del Homo-Humano en su integridad.
Esas investigaciones neurocientíficas comparten, en buena parte, el modelo que Epicuro elaboró de una epistemología que partía de la sensación como criterio de conocimiento y verdad:
[...] los criterios de la verdad son las sensaciones (aistheseis), las prenociones (prolépseis) y las afectaciones (páthe), y los epicúreos añaden las proyecciones imaginativas de la mente (phantastikaí epibolaí tês dianoías)” (Diógenes Laercio, Vida de Epicuro, Libro X, de las Vidas de los filósofos ilustres, citado por Emilio Lledó, El epicureismo, Taurus, Madrid, 1995, pp. 93-94).
Pero lo más importante, para mí, como persona que siente, piensa y anhela vivir libre e imperturbable, pero, al mismo tiempo, inmerso y comprometido con mi Ser y Estar en el mundo, es saber que tanto las propuestas científicas epicúreas, por arcaicas que lo parezcan, como los actuales descubrimientos de las neurociencias, confirman que es el sentir y el buen desarrollo de ese sentir, lo que me hace pensar y saber que las cosas funcionan así, lo cual me hace más fácil el hacer que mi existencia sea mucho mejor, porque mis conocimientos son reales, por más abstracciones que de ellos haga y porque, si bien las palabras siempre mienten, mi cuerpo nunca lo hace.
El método científico epicúreo es exactamente el mismo que el aplicado por la ciencia actual: nada de lo que no pueda probarse su existencia, existe.
Sería oportuno escribir también sobre eso que llamamos “Espíritu”, pero, como ya lo he escrito en mis cartas anteriores, te remito de nuevo a ellas, además, ese es un asunto del que nunca se termina de hablar, así que habrá otras oportunidades.
En fin ...
Dispénsame por tan extensa parrafada, mi propósito era decirte que si queremos hacer del mundo un hogar un poco mejor, es necesario empezar por hacernos nosotros mismos un poco mejores y para lograrlo debemos empezar por aprender -aprendiendo se cambia- qué cosa, en realidad, somos nosotros y porqué y cómo funcionamos; qué cosa, en realidad, es el mundo y porqué y cómo funciona, y así formarnos y tener una visión más real de nosotros y del mundo, que es lo que queremos compartir con los amigos.
(Escribí para mí, para ti, para quien sea),
"Que sigas bien"
Iván Rodrigo García Palacios.
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1 Solidaridad: es la unión voluntaria de las fuerzas individuales en un grupo o comunidad para enfrentar, unidos, al miedo y al peligro y así satisfacer las necesidades, individuales y colectivas, de todos, con equidad.


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