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lunes, 14 de marzo de 2011

Carta eleusina No. 1



 
Iván Rodrigo García Palacios
Carta eleusina No. 1
"Si con razón reprueba en aquella carta Epicuro a quienes dicen que los sabios se bastan a si mismos y por ende no necesitan de amigos, deseas saber. En efecto, Estilpón es objetado por Epicuro, como así también lo son aquellos para quienes la visión del sumo bien es la de un espíribu impasible" (Lucio Anneo Séneca, Cartas a Lucilio, No. 9).


Apreciado Lucilio, "te saludo"
Leí con gusto y detenimiento la Terapia dialógica (2) y la tomé como si respondieras a mis inquietudes del otro día y, si así fuera, me pareció oportuno responderte con algunas de mis consideraciones, las cuales se corresponden con la búsqueda de una "vía" para vivir con bienestar, satisfacción e inspiración, como lo podrás notar por las prolijas lecturas que te cito, incluidas mis reflexiones y lecturas sobre esos inquietantes y reveladores aspectos neurocientíticos de la indivisible unidad de cuerpo, mente y espíritu, unidad a la que la cultura occidental, por más de dos mil años, ha fragmentado en los mil y un añicos de los espejos: sus palabras, el "Logos/Verbo", esa polémica sin fin en la que no voy a entrar. Así como también incluyo algo de mis reflexiones sobre "el hombre demediado, por lo mediado" y otros asuntos relacionados. En fin.
Te cuento que leí lo que me sugeriste de Mónica Cavallé sobre De las tres trasformaciones de Así habló Zaratustra, junto con otros de sus textos, pero poco más tienen que ver con las ideas que te comenté y las que más adelante te expongo en mayor detalle.
Eso sí, me parecieron filosóficamente interesantes, porque exploran y explotan los apolíneos terrenos de la palabra, del "Logos/Verbo", en esas modalidades platónico-socráticas de la "medicina del alma" que son el asesoramiento filosófico, la terapéutica filosófica y la filosofía práctica, etc.
Modalidades filosóficas esas que, por contraposición, no se aventuran a explorar en los dionisíacos terrenos del sentir, a los que se dirigen los poderes sanadores y salvíficos, nunca terapéuticos, de los misterios eleusinos; esos "conocimientos" a los que, me imagino, se los ignora por lo mistéricos y secretos.
Son esos los "conocimientos" que Platón le propusiera a Sócrates y que él explica y emplea en Banquete, Fedro y en otros de sus Diálogos y Cartas, porque él, al igual que Aristóteles y tantos otros "sabios", no los consideraron ni extraños ni ajenos ni contrarios ni contradictorios, para el "cuidado del alma" y con el "buen sentir y pensar", más bien, para ellos, eran "experiencias" "de satisfacción y de felicidad":
"Pues bien, querido Sócrates, tal vez tu también puedas ser iniciado en esta doctrina del amor; pero llegar al grado más perfecto de la contemplación mistérica, que es la meta de todo lo dicho -con tal de que se siga el camino justo- no sé si serás capaz de alcanzarlo" (Platón, Banquete, 209e).
Claro, sobre ese asunto habría que escribir también lo mismo que escribió Platón:
"Desde luego que yo no he escrito nada sobre esas cosas, y nunca lo escribiré; porque este conocimiento no es en modo alguno comunicable, como otros, sino que sólo después de una intensa familiaridad con el objeto y después de haber convivido largo tiempo con él, de repente -como luz que brota de una llama palpitante- surge en el espíritu y el mismo se alimenta de sus propias virtualidades" (Platón, Séptima carta, 341 c-d).
Pienso que ese incomunicable conocimiento hace parte de esa sabiduría secreta de Platón, de la que escribió Giovanni Reale, lo mismo que también puede hacerse extensivo a Aristóteles y, desde él, a tantos otros "sabios", hasta llegar a Plotino y más acá.
Porque la cosa era seria, puesto que, hasta el serio y respetado Aristóteles, terció en el asunto con igual devoción, aceptación y secreto y lo compartió y experimentó con los suyos:
"(...) aquellos cuya vida, por ser participación en los misterios e iniciación consumada, debe estar llena de satisfacción y de felicidad ... Después nos sentaremos aquí abajo en religioso silencio y con toda dignidad; porque nadie se lamenta de ser iniciado" (Aristóteles, Sobre la filosofía, fr. 14).
A lo que agrega:
"(...) como sostiene Aristóteles, que los iniciados no deben aprender otra cosa, sino experimentar una emoción y quedarse en un determinado estado, evidentemente después de haber sido capacitados para eso".
"(...) lo que pertenece a la enseñanza y lo que se refiere a la iniciación. Porque lo primero se hace presente al hombre a través del oído, pero lo segundo sólo cuando la mente experimenta una súbita iluminación; eso es lo que llamó Aristóteles mistérico y semejante a las iniciaciones de Eleusis (porque en ellas el iniciado quedaba marcado con respecto a las visiones, pero no recibía una enseñanza" (Aristóteles, Sobre la filosofía, fr. 15).
"Pero podría ser que uno ignorara lo que hace, por ejemplo ... o que no supiera que se trataba de secretos incomunicables, como decía Esquilo a propósito de los misterios..." (Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1111 a 8-10).
Esto de los misterios eleusinos, si bien era un secreto, fue un asunto en el que no sólo se involucraron las mentes superiores de la antigua Grecia, sino que, también, como ahora lo demuestran algunos especialistas, tienen que ver ("contemplar") con el origen de esa sabiduría griega, cuya herencia satanizó el cristianismo.
No hay que olvidar que los mitos y las celebraciones a Dionisios, Apolo y a esa constelación de dioses, además de superstición, inspiraron y fueron motivo de "conocimiento" y del "Logos/Verbo":
Homero, los poetas, los mal llamados filósofos presocráticos, Heródoto, los dramaturgos: Esquilo, quien fuera acusado de revelar el misterio (Agamenón, Cretenses, Hipólito, El cíclope, Hipsípila, Ifigenia en Áulide, Bacantes, Polieidos), Sófocles (Antígona, Edipo en Colono), Eurípides (Heracles, Alcestes), Aristófanes (Las ranas, Las aves), todos ellos incorporaron esos misterios en sus escrituras, tragedias y comedias.
Y, como ese era de verdad un asunto importante, la "iniciación" eleusina y sus misterios se mantuvo en secreto y casi inmodificada, por más de mil años en Grecia, en el helenismo, en Roma y hasta Plotino en el siglo III, época en la que los padres cristianos la estigmatizaron y demonizaron con cruel escarnio; por ese motivo, los misterios se refugiaron en las profundas cavernas de la clandestinidad, haciendo episódicas reapariciones en tiempos más cercanos, pero ya con otras formas y expresiones, tal la excepcional Guía de iniciados a Superhombre de Zaratustra, de la que más adelante te escribo.
Es que el asunto de los misterios eleusinos tiene profundas raíces y es necesario remontarse a las fuentes, a los propios misterios eleusinos, los que pienso, se originaron en la desaparecida civilización minóica, pero ese es otro asunto. Son esas las mismas fuentes donde Platón, ya actuando como el inventor de la filosofía, Aristóteles, el filósofo por excelencia y todos los que les antecedieron y les siguieron, se inspiraron para formular, ésta sí, ya una terapéutica, como la de los asesores filosóficos contemporáneos y "Ab uno disce omnes".
El texto más antiguo sobre los misterios eleusinos, es el Himno a Deméter, del siglo VII a. C.:
"Dichoso, entre los habitantes de la tierra, el que ha visto estas cosas" (Homero, Himno a Deméter).
A lo que Píndaro precisa y corrobora:
"Dichoso el que entra bajo la tierra, después de haber visto estas cosas;
conoce el fin de la vida,
y conoce su principio, el que le dio Zeus" (Píndaro. fr. 137).
Asunto que Giorgio Colli presenta así:
"No cabe duda que la celebración de los misterios de Eleusis -uno de los momentos cumbre de la vida griega, que tenía lugar todos los años hacia finales de verano- era una fiesta del conocimiento" (Giorgio Colli, La sabiduría griega, I, Trotta, Madrid, 2008, p. 30).
Luego, Giorgio Colli comenta antes de proceder a despejar su incredulidad:
"Realmente parece difícil imaginar -aunque es cierto que los poetas exageran- que la contemplación de la mera imagen de una diosa pueda proporcionar a un gran número de iniciados el conocimiento del principio y del fin de la vida" (Giorgio Colli, La sabiduría griega, I, Trotta, Madrid, 2008, p. 30).
Por lo que se sabe y tal y como lo presenta Karl Kerényi, la celebración y los ritos secretos, de la fiesta anual del otoño, mes del Boedromion, en Eleusis, se desarrollaba en tres etapas. La primera, correspondía al año de preparación, purificaciones y selección de los iniciados. La segunda, apolínea, de la palabra, previa al rito principal, con poesía, música y cánticos de Orfeo, en la que se alcazaba el estado epóptico. La tercera, dionisíaca, la representación prevalentemente mímica del mito de las dos diosas, Deméter y Kore, hasta alcanzar el estado de visión, epópteia, este último, si presidido por Dionisios.
Nótese que, en el punto principal de la tercera y definitiva etapa, se excluye el uso de palabras y, en su lugar, se recrean imágenes e imitaciones. Esto es fundamental en la operación cognoscitiva. Esa es la acción dionisiaca: un estado de iluminación, satisfacción y felicidad, incomunicable que, sin embargo, sólo puede expresarse en palabras, lo que, en la explicación de Giorgio Colli, parece conectado a la Terapia dialógica:
"Como ya se ha indicado antes, los presupuestos de Orfeo son Dionisios y Eleusis: Orfeo cuenta la historia del dios, y así conduce al conocimiento supremo. Pero otra característica de Orfeo es la música: toca la lira y canta. Por eso, con él se manifiesta Apolo, en su aspecto benigno, bajo la figura de "el salvador de Dionisios". Por otra parte, la poesía es palabra; y la palabra es el dominio de Apolo. Pero la palabra no puede expresar la epópteia, la visión suprema de Eleusis, sino solamente prepararla, sugerirla, tal vez incluso suscitarla; y eso es también característica de Apolo, de su naturaleza oblicua, indirecta, ambigua, aunque -esta vez- con una intención benévola, excitante. Orfeo es el servidor de Apolo -incluso se dice que es su hijo- y urdió historias de dioses que encubren la sabiduría" (Giorgio Colli, La sabiduría griega, I, pp. 40-41).
Ahora bien y para situar el asunto en su contexto, te recuerdo la cita que ya te había enviado del libro La sabiduría griega, de Giorgio Colli:
"¿Por qué empiezo precisamente con Dionisios esta presentación de la sabiduría griega? Pues, sencillamente, porque con Dionisios la vida se muestra como sabiduría, sin renunciar a su torbellino vital: ahí está el secreto. En Grecia, un dios nace de una contemplación entusiasta de la vida, de un fragmento de vida que se pretende inmovilizar. Y esto ya es, en sí mismo, conocimiento. Pero Dionisios nace de una contemplación de la vida entera, en su inmensa amplitud. Pues bien, ¿cómo es posible abarcar toda la vida, en una visión de conjunto? Esa es precisamente la presunción más arrogante del conocimiento. Si se vive, es que se está dentro de una determinada vida. Pero pretender situarse dentro de toda la vida en su conjunto es exactamente lo que provoca el nacimiento de Dionisios, como el dios de donde brota la sabiduría" (Giorgio Colli, La sabiduría griega, I, p. 15).
A la que añado:
"Igual que en la tragedia -como afirma Nietzsche- la excitación y la embriaguez extática de Dionisios se vierten en un mundo apolíneo de imágenes, es decir, en una serie de manifestaciones de Apolo que confieren a Dionisios un carácter de objetividad, así también en la poesía órfica podemos encontrar una relación análoga entre contenido dionisíaco y la forma apolínea" (Giorgio Colli, La sabiduría griega, I, p. 41).
Espero que estaremos de acuerdo y me lanzo "al más allá":
El conocimiento místico/mántico (ese que es conocimiento indirecto, ya que su naturaleza exige el carácter inmediato y el que no es posible "proferirlo", puesto que su realidad es ajena a la palabra), es tanto o más real y operativo para cuerpo, mente y espíritu, que el conocimiento del "Logos/Verbo". Sentir y "Logos/Verbo", son los pasos complementarios hacia la sabiduría de la vida.
Para afirmarlo, me apoyo en una reconocida autoridad, Raimon Panikkar, cuando dice, refiriéndose a la búsqueda del conocimiento por la mística:
"Esto es lo que pretendía la Filosofía en sus mejores momentos. Se hablaba entonces de Filosofía como arte y ciencia de Vida, como actividad contemplativa y aprendizaje de Sabiduría: ars vitae (Seneca), cultura animi (Cicerón), vera religio (Escoto Eurígena) o más recientemente “el fin propio de todo filósofo es la intuición mística” (Nietzsche)" (Raimon Panikkar, De la Mística. Experiencia plena de la Vida, Herder, Barcelona, 2005, p. 180).
Sentir, mística/mántica y "Logos/Verbo". Bien sabían los griegos que Dionisios y Apolo debían ser y estar en equilibrada fusión y polaridad como condición necesaria para la salud individual y colectiva y, por ello, también buscaron el equilibrio de la unidad y la polaridad de las dos sabidurías: la sabiduría de Dionisios, la del sentir, de la visión, del conocimiento inmediato e incomunicable, del recuerdo, del pasado. Y la sabiduría de Apolo, de la palabra, del "Logos/Verbo", que es futuro, que es comunicable, pero dependiente de la interpretación.
Ese es el equilibro que alcanzó Epiménides, el ascético cretense que profetizó, con diez años de anticipación, el destino de Atenas frente los persas, y que llevó, por encargo del sabio político Solón, sus sabidurías dionisiaca y apolínea a Atenas para purificarla y restaurar, en el ánimo de los atenienses, la tranquilidad y la sabiduría del gozo primitivo:
"(...) Epiménides es un verdadero interprete, con la distancia que con respecto a la sacralidad posee un individuo que reflexiona sobre la palabra del dios, como una especie de contraposición con el propio dios en una lucha de sutilezas en la que empieza a tomar forma el arma del "Logos/Verbo". Pero aun aquí, en la esfera de la adivinación que parece propia de Apolo, Epiménides deja traslucir una anomalía. Sabemos de buenas fuentes que su enorme capacidad adivinatoria no se refería al futuro, sino más bien al pasado. Vienen a la mente no sólo el mundo mistérico, que se refleja en la poesía órfica, sino también el especial relieve que se atribuye a la memoria como potencia catártica. La salvación consiste en recuperar el pasado, porque precisamente ahí es donde se disipan todas las apariencias y se nos da la posibilidad de ver al dios y, en consecuencia, de trasformarnos a nosotros mismos en seres divinos. Y ese es Dionisios. A eso alude la profecía que subyace en Epiménides. En cambio, Apolo dirige la atención hacia el futuro, pues su instrumento es la palabra; y la palabra saca a la luz ciertos aspectos de lo oculto mediante una difusión clarificadora -donde la palabra que interpreta es a su vez, interpretada- y en la dirección que manifiesta lo abstracto. Pero para Epiménides -y para los griegos que alcanzaron el conocimiento- el futuro entero está ya contenido en el pasado primigenio, de modo que la comprensión que se puede obtener sobre el futuro lejano depende de la visión del pasado divino que en él se manifiesta". (Giorgio Colli, La sabiduría griega, II, Trotta, Madrid p. 16).
Ese es el armónico equilibrio que, desde entonces y en adelante, se trasmiten los sabios: griegos, helénicos, romanos, latinos, italianos, Bruno, Spinoza y otros cuantos y que es el que, el mismo Nietzsche, trata de infundir entre los "furores" de instintos y pasiones, con la voluntad del espíritu, en su Guía de iniciados a Superhombres de Zaratustra.
Y, ya que estamos en compañía de Nietzsche, hay que recordar que él, en su juventud y en compañía de su entrañable amigo, Erwin Rohde, se remontó, en su búsqueda del origen de la tragedia, a las fuentes dionisíacas y apolíneas de la sabiduría y la filosofía griega: Homero y la épica, los poetas órficos y líricos, los dramaturgos y, por supuesto, los mal llamados presocráticos, entre ellos, Epiménides, Anaximandro, Heráclito, Parménides, Empédocles, Ferecides y su alumno Pitágoras y a los fundadores de la filosofía occidental: Sócrates, Platón, Aristóteles & Co.
Además, Nietzsche, también fue acucioso explorador del misticismo cognoscitivo oriental, de los Upanishads, de los pitagóricos, de Platón, de Plotino, de Bruno, de Spinoza, de los españoles, de los alemanes, etc. Además de su acucioso interés por las ciencias de su época que bien nutrieron algunas de sus ideas: Darwin y el evolucionismo sociológico, la física y la especulación cósmica, etc.
Y, por supuesto, sus atracciones e intereses de juventud y formación: la teología, Hölderlin, Wagner y la música, la literatua (Goethe, Dostoievski, etc.), los románticos, Schopenhauer y la filosofía alemana, italiana, francesa, inglesa. Nietzsche fue un estudioso y lector voraz.
Esa fue "la materia", acrecentada con la infinidad de otras "materias" procedentes de múltiples fuentes, antiguas y contemporáneas que en 1882, Nietzsche "destiló", "purificó" y "sublimó", en el crisol alquímico de su sí-mismo, para fundirla con "el furor" del enamoramiento por Lou Andreas Salomé e intuir la revelación que originaría y nutriría la escritura de su Guía de iniciados de Superhombres que es Así habló Zaratustra.
Ese era el espíritu de los comentarios que te hice por teléfono y que, pienso, motivaron tu texto y que, ahora, motivan mi respuesta, a la que, desde entonces, me comprometí y emprendí.
Antes de hablarte del poema de Nietzsche y de la Guía de iniciados a Superhombre de Zaratustra, voy a intentar parar los dados en el "instante", y tratar de establecer equilibrio entre mántica, profecía, "manía", salud y episteme, así como con las formas de locura que a los elegidos afecta, con la debida iniciación y el debido recogimiento:
"SÓCRATES: Pero hay dos formas de locura; una debida a enfermedades humanas, y otra que tiene lugar por un cambio que hace la divinidad en los usos establecidos.
FEDRO: Así es.
SÓCRATES: En la divina, distinguíamos cuatro partes, correspondientes a cuatro divinidades, asignando a Apolo la inspiración profética, a Dioniso la mística (mántica), a las Musas la poética, y la cuarta, la locura erótica, que dijimos ser la más excelsa, a Afrodita y a Eros" (Platón, Fedro: 265 a-b).

¿Dónde está la sabiduría que
hemos perdido con el conocimiento?
¿Y dónde está el conocimiento que
hemos perdido con la información?
(T.S. Eliot, La roca).

Considera que ātman es el dueño de la carroza
y el cuerpo es la carroza.
Considera que buddhi es el auriga
y manas (mente) las riendas.
A los sentidos los llaman caballos,
y a los objetos de los sentidos sus pastizales.
Al ātman en conjunción con los sentidos y la mente
los sabios lo llaman el sujeto de la experiencia.
(Kaṭha Upaniṣad, 3. 3-4).

"Recuérdese, a este respecto, que aun aquí abajo, cuando se ejerce una actividad contemplativa y, sobre todo, cuando ésta se realiza con suma claridad, no se vuelve uno hacia sí mismo a través de un acto de pensamiento, sino que se posee uno a sí mismo, y la actividad contemplativa se dirige por completo hacia el objeto, y nos transformamos en ese objeto [...] ya no se es uno mismo sino de un modo potencial" (Plotino, IV, 4,2, 3.).

"Si quiero averiguar si alguien es inteligente, o estúpido, o bueno, o malo, y saber cuáles son sus pensamientos en ese momento, adapto lo más posible la expresión de mi cara a la suya, y luego espero hasta ver qué pensamientos o sentimientos surgen en mi mente o en mi corazón coincidentes con la expresión de mi cara" (Edagar Allan Poe, La carta robada).


No hay mente en blanco, antes que las palabras existieran y mucho antes de nombrarlos, los Homo-Humanos, en los otros y en el mundo, ya "sentían" y pensaban, ya eran y estaban allí, en ellos-mismos, se "conocían" y "se reconocían" y los "conocían" y tenían "ideas" de sí-mismos, de los otros y del mundo. Ellos eran y estaban en sí-mismos, en los otros y en el mundo, como unidad de cuerpo, mente y espíritu; también, cielo y tierra eran uno y lo mismo.
Antes que inventar las palabras, los Homo-Humanos tuvieron que inventarse a "sí-mismos" en el espejo de los otros y del mundo.
Los Homo-Humanos se sentían y pensaban, se conocían y se reconocían a sí-mismos, a los otros y al mundo y se comunicaban por medio de los instrumentos y herramientas que la Naturaleza les había desarrollado y, con y por ellos, inventaron las palabras, los lenguajes, los idiomas, la escritura, los números, las culturas, etc., para nombrar lo que inventaban como "extensiones" de sí mismos, como lo propusiera M. McLuhan y con el fin de ayudarse en la realización de los imperativos naturales de sobrevivir, reproducirse y adaptarse: tiempo, necesidad y acción.
Eso es lo que los filósofos han tratado de averiguar por siglos y lo que, ahora, los neurocientíficos (como Antonio Damasio, en sus libros, El error de Descartes y En busca de Spinoza. Neurobilogía de la emoción y los sentimientos, y Marco Iacoboni, en su libro, Las neuronas espejo. Empatía, neuropolítica, autismo, imitación o de cómo entender a los otros), están demostrando: los fundamentos neurobiológicos de la indivisible unidad de cuerpo, mente y espíritu; de la imperativa necesidad de "los otros" y del mundo para el desarrollo de la conciencia, del sentido del "Yo", del consciente y el inconsciente, de la intencionalidad, del desarrollo del lenguaje, del sentir y los sentimientos, del actuar y la acción, en fin, de la cultura.
Sólo que las palabras fueron un invento tan poderoso que terminó por suplantar al Homo-Humano, por esclavizarlo, por alienarlo, por escindirlo, por insensibilizarlo, por convertirlo en los añicos del espejo de sus palabras.
Sobre este negocio de la filosofía de las palabras, prefiero a los humanistas italianos, más cercanos a la naturaleza humana, antes que, sin ignorarlos, a los hermeneutas alemanes, idealistas y racionalistas. Sobre este asunto me gusta mucho la obra de Ernesto Grassi, en la que reivindica ese Humanismo "de la unidad de palabra y cosa" y hace la crítica a su maestro, Heidegger y a su "casa del ser", tan racional y lógica, así como también a sus antecesores y descendientes:
"En la tradición humanista italiana aparece una y otra vez la tesis fundamental de la conexión íntima entre la experiencia personal y el pensamiento teórico, pues se sabe que los problemas que afectan realmente a las personas no se pueden ni deben plantearse de una manera abstracta y puramente formal. Si tienen sentido las preguntas que nos apremian, han de tener un presupuesto existencial, que hay que sacar a la luz a toda costa" (Ernesto Grassi, El poder de la fantasía. Observaciones sobre la historia del pensamiento occidental, Anthropos, Barcelona, 2003, p. 6).
Por ello, y en ese contexto, se puede "contemplar" y decir que: cuando el pensamiento está vacío ... pero de palabras, no deja de ser pensamiento, porque tampoco las palabras son sólo el pensamiento:
"Pero un cuerpo no es limitado por un pensamiento, ni un pensamiento por un cuerpo" (Spinoza, Ética, De Dios).
El pensamiento y el pensar son cualidades naturales del Homo-Humano, son organización, orden, interpretación, de la información. El Homo-Humano es un todo de cuerpo y cerebro; de pensamiento y pensar; de mente y espíritu, los que, a su vez, son: exploración y anhelo de conocimiento que, a su vez, son impulso para la acción. Nada de ello es invento ni de la palabra ni de la cultura, ambas, son resultado.
Las palabras, el pensar y el pensamiento, no son ni el sí-mismo ni los otros ni el mundo ni "las ideas"; las palabras, el pensar y el pensamiento no son ni el tiempo ni la necesidad ni la acción ni el actuar; las palabras, el pensar y el pensamiento no son ni el cuerpo, ni la mente ni el espíritu; las palabras son formas, representaciones; el pensamiento son la organización, el orden, la interpretación, de las representaciones y de "las ideas" y esa función y ese proceso, son el pensar.
Todo ello son representaciones de cuerpos que sienten porque:
"Los sentimientos de dolor o placer, o de alguna cualidad intermedia, son los cimientos de nuestra mente" (Antonio Damasio, En busca de Spinoza. Neurobilogía de la emoción y los sentimientos).
Mente y cuerpo que, como definía Spinoza, son atributos paralelos, manifestaciones, de la misma sustancia (Ética, parte I), para luego agregar:
"La mente (mens) humana es la idea del cuerpo humano".
(Spinoza, Ética, parte II).
En consecuencia y como la actual neurobiología lo está demostrando, mente, cuerpo y espíritu, son aspectos, sólo separados teóricamente, de una misma naturaleza que se manifiestan en total unidad, conexión, correspondencia y relación, de tal manera que lo que sucede en el cuerpo afecta a la mente y al espíritu y viceversa.
Esas representaciones y esas "ideas", también son afectadas por "el sentir": el instinto, la emoción, el deseo, el sentimiento, el anhelo, en la actividad homeodinámica y por el "Logos/Verbo", en la actividad intelectual. Pero las palabras no son ni el instinto ni la emoción ni el deseo ni el sentimiento ni el anhelo, pero, estos, si se expresan por representaciones.
Las palabras son "Logos/Verbo".
Las palabras no son ni la sabiduría ni el conocimiento ni el pensamiento ni la memoria ni el recuerdo, ni el espíritu ni la comunicación; son herramientas, instrumentos para la organización, la interpretación, la memorización, el recordar, la comunicación; son esa información de la que habla el poema de T.S. Eliot; son esas "extensiones" de que habla M. McLuhan, como lo anoté atrás.
Las palabras nombran; el pensamiento las ordena, las organiza, las interpreta, las proyecta, las memoriza, las recuerda, para señalar y proyectar sobre el tiempo, la necesidad y la acción.
Y, ¿el espíritu? Es emanación, anhelo, "conatus", intencionalidad, afecto.
Según George Santayana:
"El espíritu es una emanación de la vida natural" (Georges Santayana: Platonismo y vida espiritual).
Espíritu que, para las ciencias del "más acá", es anhelo, el que es, según el neurocientífico Antonio Damasio:
"El anhelo es un rasgo profundo de la mente humana. Esta implantado en el diseño del cerebro humano y en el acervo genético que lo engendra, no menos que los rasgos profundos que nos conducen con gran curiosidad hacia una exploración sistemática de nuestro propio ser y del mundo que lo rodea; los mismos rasgos que nos impulsan a construir explicaciones para los objetos y situaciones de este mundo" (Antonio Damasio, En busca de Spinoza. Neurobilogía de la emoción y los sentimientos).
Anhelo que en los territorios del alma (mens) de Spinoza, es el "conatus":
"PROPOSICIÓN IX
El alma, ya en cuanto tiene ideas claras y distintas, ya en cuanto las tiene confusas, se esfuerza por perseverar en su ser con una duración indefinida, y es consciente de ese esfuerzo suyo" (Spinoza, Ética, II).
Anhelo que para Nietzsche es:
"Basta amar, odiar, anhelar, o simplemente sentir, para que enseguida nos sobrevengan el espíritu y la fuerza del sueño y subamos por los más peligrosos caminos"(Friedrich Nietzsche, Gaya ciencia, Aforismo 58).
Creo que por esta cita viene al caso una digresión: Como se puede notar por fecha, Nietzsche, desde antes de Así habló Zaratustra, ya había "iniciado su viaje" por "la vía", "el camino", "los senderos", que lo conducirán hasta "la llama", "la iluminación", esa que, en su enamoramiento por Lou, le permitirán "contemplar" la "fuente de Diana":
"Ninguno cree posible ver el sol, el universal Apolo y luz absoluta, excelentísima y suprema especie; mas sí ciertamente su sombra, su Diana, el mundo, el universo, la naturaleza que se halla en las cosas, la luz que se oculta en la opacidad de la materia (es decir, aquella misma en tanto que resplandece en las tinieblas). De los muchos, pues, que por las dichas y otras vías vagan por esta desierta selva, poquísimos son los que acceden hasta la fuente de Diana" (Los Heroicos Furores, II, 2).
¿Serán "las dichas y otras vías" que menciona Bruno, eleusinas? No hay que olvidar que él trabajó y escribió sobre esos temas mistéricos y herméticos que lo llevaron a la hoguera.
De retorno al tema:
Y, para darle al tema del anhelo una perspectiva desde el punto de vista de la filosofía de la mente, bien vale la pena reflexionar sobre lo que dice John S. Searle sobre el asunto de la intencionalidad, a la que define:
"La intencionalidad es la propiedad de la mente por la cual esta se dirige, se refiere o alude a objetos y situaciones del mundo independiente de sí misma" (John R. Searle, La mente. Una breve introducción, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2006, pp. 205 y ss).
En el contexto de todo lo anterior, no se puede afirmar que son las palabras las que enferman o curan, las que hieren o alivian, las que oscurecen o aclaran, a la mente, al pensamiento, a "las ideas", al espíritu, pueden participar, pero este otro asunto.
En cambio, si lo son, cuando se infectan, las heridas infligidas al cuerpo, a la mente y al espíritu, por aquellos eventos que violentan su naturaleza; son, así mismo, las cicatrices, las huellas, esas marcas de representación que ellas provocan junto con todo lo demás que afecta al Homo-Humano y, de las cuales, las palabras son sólo un nombre, un concepto, una representación, pero también, un recuerdo.
Son esas representaciones, esos sentimientos de placer y dolor, que se memorizan y se evocan durante los procesos cerebrales, mentales, emocionales y sentimentales, de cada individuo, determinando su reactividad y su estado físico y anímico. Sobre esto tratan las investigaciones de los neurocientíficos Antonio Damasio, Marco Iacoboni y muchos otros.
A propósito, en cuestiones de psicologías, prefiero al americano William James y al ruso Lev Vigotski, y sus sucesores y, por supuesto, a la nueva neuropsicología. Y en las letras y las artes... "al infinito y más allá".
Ahora bien, si las palabras enferman, es porque el hombre las convirtió en su sí-mismo y, con ellas, escindió su cuerpo, su mente y su espíritu; separó la tierra y el cielo:
"Y el más sabio de vosotros es tan sólo un ser escindido, híbrido de planta y fantasma" (Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, Prólogo, 3).
Así que, para curar una enfermedad, aliviar una herida, aclarar una oscuridad en la mente y en el espíritu, no es, necesariamente, el procedimiento para lograrlo, la resemantización, la deconstrucción o reconstrucción de las palabras, ni de los conceptos ni de los recuerdos, porque, para ello y antes de ello, es necesario reparar y recalibrar la mecánica homeostática, armonizar la homeodinámica, regenerar y generar las imágenes saludables del cuerpo, del cerebro, de la mente, del espíritu, para, así, restaurar un cuerpo, un cerebro, una mente, un pensamiento, un espíritu, saludables y vitales. Esto bien lo explican Antonio Damasio y Marco Iacoboni.
Para aliviar o curar la enfermedad, antes es necesario restituir al hombre en su unidad, a su ser y estar de antes de las palabras, que se conozca y reconozca en su sí-mismo como "su" cuerpo, mente y espíritu, únicos y unidos, que sepa que él es tierra y cielo: memoria y recuerdo y la purificadora catarsis.
Para decirlo con las palabras de uno de esos humanistas italianos y casi tocayo tuyo, Hugo de San Víctor (1096-1141), citado por Ernesto Grasi:
"El filósofo sólo conoce el significado de las palabras (solam vocum significationenm), pero mucho más importante que el significado de las palabras es el de las cosas, pues el significado de las palabras depende del uso (quia hanc usus instiuit) y el significado de las cosas está establecido por la naturaleza misma (illiam naturam dictavit) (...) La sabiduría de la mente es una palabra interior (ratio mentis instrinsecum verbum est) que se manifiesta mediante el sonido de la voz, es decir, mediante una palabra exterior (somo vocis, id est, verbo extrinseco, manifestartur)" (Hugo de San Víctor, Didascalicon, citado de: Ernesto Grassi, El poder de la fantasía, p. 78).
Y, luego, sí, hablar, que las palabras, como en tu terapia dialógica, se constituyan en unidad de palabra y cosa y contribuyan a la restitución de la unidad: cuerpo, mente y espíritu:
"El sí-mismo creador se creó para sí el apreciar y el despreciar, se creó para sí el placer y el dolor. El cuerpo creador se creó para sí el espíritu como una mano de su voluntad" (Z, I, De los despreciadores del cuerpo).
O, como lo explica Ernesto Grassi:
"De lo que se trata es de identificar esa "fuerza primitiva" que quiebra la unidad del círculo biológico de función y al mismo tiempo conduce al ser humano al lenguaje, a la palabra. Pues es mediante la palabra como el ser humano consigue superar su "extrañamiento" frente a la naturaleza (la vivencia inquietante que Freud caracteriza como un rasgo fundamental de la situación humana) al corresponder a la necesidad de hacer aparecer un mundo propio" (Ernesto Grassi, El poder de la fantasía, p. 227).
Esto lo aprendió Nietzsche de los antiguos "sabios" y lo expuso Zaratustra en su Guía de iniciados a Superhombres como hermético misterio eleusino:
"Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí.
Sí, hermanos míos, para el juego del crear se precisa un santo decir sí: el espíritu quiere ahora su voluntad, el retirado del mundo conquista ahora su mundo" (Z, I, De las tres trasformaciones).
Y Zaratustra fue médico de su sí-mismo, "retirado del mundo conquista ahora su mundo":
"¿Qué ocurrió, hermanos míos? Yo me superé a mí mismo, al ser que sufría, yo llevé mi ceniza a la montaña, inventé para mí una llama más luminosa. ¡Y he aquí que el fantasma se me desvaneció! " (Z, De los trasmundanos , I).
Zaratustra, con la debida preparación, se acoge a "la luz y a la llama" de Platón en su Séptima carta, ya citada:
"(...) como luz que brota de una llama palpitante"
Y, por supuesto, con el debido recogimiento, "contempla" el objeto de su búsqueda en la iluminación de la que escribiera Aristóteles:
"(...) sólo cuando la mente experimenta una súbita iluminación".
Eso fue lo que Zaratustra quiso enseñar a los hombres:
"Cómo se llega a ser lo que se es"
(Ecce homo, Por qué soy tan inteligente, IX).
***
"Yo quiero enseñar a los hombres el sentido de su ser: ese sentido es el superhombre, el rayo que brota de la oscura nube que es el hombre." (Z, Prólogo, VII).
***
"El superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad: ¡sea el superhombre el sentido de la tierra!
¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no.
Son despreciadores de la vida, son moribundos y están, ellos también, envenenados, la tierra está cansada de ellos: ¡ojalá desaparezcan! " (Z, Prólogo, III).
***
"Mirad, yo os enseño el superhombre: ¡él es ese rayo, él es esa demencia! (Z, Prólogo, III).
***
"El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, - una cuerda sobre un abismo.
"Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y pararse. La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: lo que en el hombre se puede amar es que es un tránsito y un ocaso". (Z, Prólogo, IV).
Sin embargo, Nietzsche y Zaratustra fueron el hazmerreír de los predicadores de la palabra:
"Cuando Zaratustra hubo dicho estas palabras contempló de nuevo el pueblo y calló:
«Ahí están», dijo a su corazón, «y se ríen: no me entienden, no soy yo la boca para estos oídos.
¿Habrá que romperles antes los oídos, para que aprendan a oír con los ojos? ¿Habrá que atronar igual que timbales y que predicadores de penitencia? ¿O acaso creen tan sólo al que balbucea?
Tienen algo de lo que están orgullosos. ¿Cómo llaman a eso que los llena de orgullo? Cultural lo llaman, es lo que los distingue de los cabreros.
Por esto no les gusta oír, referida a ellos, la palabra Vesprecid. Voy a hablar, pues, a su orgullo.
"Voy a hablarles de lo más despreciable: el último hombre» (Z, Prólogo, V).
Nietzsche lo advierte; para emprender la Guía de iniciados a Superhombres, es necesario que los hombres "(...) aprendan a oír con los ojos", con todos los sentidos; beber el agua del Leteo, olvido y vida nueva: restauración del recuerdo y proyección del "Logos/Verbo": tiempo, necesidad y acción; pasado, presente y futuro, en el mismo "instante": el "eterno retorno de lo mismo".
Porque, y más asombroso todavía, es la relación sustancial entre Zaratustra y la idea del "eterno retorno de lo mismo", fundamento filosófico del poema y de la que, al contrario de la interpretación cosmológica que comúnmente se le ha dado, Alexander Nehamas afirma y explica lo siguiente:
"El eterno retorno no es por tanto una teoría del universo, sino una visión de la vida ideal. Sostiene que una vida se justifica únicamente si uno desea repetir la misma vida que ya le ha sido dada, ya que como demuestra la voluntad de poder, ninguna otra vida es posible. El eterno retorno afirma, pues, que nuestra vida sólo tendrá justificación si se modela de tal forma que nuestro deseo sea repetirla exactamente tal como ya ha sucedido" (Alexander Nehamas, Nietzsche, la vida como literatura, Turner/Fondo de Cultura Económica, México, 2002, p. 203).
A partir de todo lo anterior, todas las terapéuticas serán buenas y útiles para el alivio de la enfermedad individual y de "la enfermedad de nuestro tiempo".
Despertar al Superhombre:
"Zaratustra está transformado, Zaratustra se ha convertido en un niño, Zaratustra es un despierto ("el Despierto" también se llamaba a Buda): ¿qué quieres hacer ahora entre los que duermen? " (Z, Prólogo, I).
Porque, es el Superhombre quien debe seguir el camino del creador, el que con su voluntad de poder se hace libre como el niño que juega, "una rueda que se mueve por sí misma", ya no "camello" alienado, ya no "león" resentido:
"Pero ¿tú quieres recorrer el camino de tu tribulación, que es el camino hacia ti mismo? ¡Muéstrame entonces tu derecho y tu fuerza para hacerlo!
¿Eres tú una nueva fuerza y un nuevo derecho? ¿Un primer movimiento? ¿Una rueda que se mueve por sí misma ¿Puedes forzar incluso a las estrellas a que giren a tu alrededor?
¡Ay, existe tanta ansia de elevarse! ¡Existen tantas convulsiones de los ambiciosos! ¡Muéstrame que tú no eres un ansioso ni un ambicioso!
Ay, existen tantos grandes pensamientos que no hacen más que lo que el fuelle: inflan y producen un vacío aún mayor. ¿Libre te llamas a ti mismo? Quiero oír tu pensamiento dominante, y no que has escapado de un yugo.
¿Eres tú alguien al que le sea lícito escapar de un yugo? Más de uno hay que arrojó de sí su último valor al arrojar su servidumbre.
¿Libre de qué? ¡Qué importa eso a Zaratustra! Tus ojos deben anunciarme con claridad: ¿libre para qué? " (Z, I, Del camino del creador).
La respuesta a esa última pregunta es la conquista que debe realizar el Superhombre:
"Prestad atención, hermanos míos, a todas las horas en que vuestro espíritu quiere hablar por símbolos: allí está el origen de vuestra virtud.
Elevado está entonces vuestro cuerpo, y resucitado; con sus delicias cautiva al espíritu, para que éste se convierta en creador y en apreciador y en amante y en benefactor de todas las cosas.
Cuando vuestro corazón hierve, ancho y lleno, igual que el río, siendo una bendición y un peligro para quienes habitan a su orilla: allí está el origen de vuestra virtud.
Cuando estáis por encima de la alabanza y de la censura, y vuestra voluntad quiere dar órdenes a todas las cosas, como voluntad que es de un amante: allí está el origen de vuestra virtud.
Cuando despreciáis lo agradable y la cama blanda, y no podéis acostaros a suficiente distancia de los comodones: allí está el origen de vuestra virtud.
Cuando no tenéis más que una sola voluntad, y ese viraje de toda necesidad se llama para vosotros necesidad: allí está el origen de vuestra virtud.
¡En verdad, ella es un nuevo bien y un nuevo mal! ¡En verdad, es un nuevo y profundo murmullo, y la voz de un nuevo manantial!
Poder es ésa nueva virtud; un pensamiento dominante es, y, en torno a él, un alma inteligente: un sol de oro y, en torno a él, la serpiente del conocimiento" (Z, I, De la virtud que hace regalos).
Quien se decida a esculpir su "sí-mismo", paso a paso y según la guía que Nietzsche ofrece en Así habló Zaratustra, habrá tallado y escrito, en su "sí-mismo", la piedra filosofal de su propio destino: la materia de su propia sabiduría: su propia voluntad de poder.
Habrá alcanzado "su conocimiento", y repito la cita de Platón:
"(...) este conocimiento no es en modo alguno comunicable, como otros, sino que sólo después de una intensa familiaridad con el objeto y después de haber convivido largo tiempo con él, de repente -como luz que brota de una llama palpitante- surge en el espíritu y él mismo se alimenta de sus propias virtualidades" (Platón, Séptima carta, 341 c-d).
Eso es, también, Así habló Zaratustra, un "conocimiento" que no es posible comunicar como los otros, como el de las otras ciencias, que sólo es comunicable por medio de la poesía "aunque es cierto que los poetas exageran".
Porque la poesía es la palabra de la mística/mántica y del enamoramiento, porque ambos estados, cuando nos suceden, son lo mismo y se corresponden para el cuerpo, la mente y el espíritu y es, por ello, que al contemplar la diosa, se es poseído por el "Poder es ésa nueva virtud", de la que habla Nietzsche. Poder mediante el cual hay que superar aquella amenaza que él vuelve a denunciar poco antes de ser doblegado en el Silencio:
"(...) que la vida ya no reside en el todo. La palabra se vuelve soberana y sale de la frase, la frase salta y oscurece el sentido de la página, la página gana vida a costa del todo: el todo ya no es todo" (Nietzsche, El caso Wagner).
En fin, estos temas y estos asuntos, son una "Historia interminable", como la de Michael Ende, de escrituras, no de dos, sino de mil colores, ese libro de las dos serpientes entrelazadas y los mil y un libros más, por los que se entra en "Fantasía" a buscar la fuente del Agua de la Vida y de la que, quienes regresan, porque encuentran amigos allí, "devuelven la salud a ambos mundos", porque, cuando se entrelazan, como las dos serpientes, los círculos: el círculo de los códigos biológicos y el círculo de los códigos culturales, se abre "el claro" en la selva y se da paso a la "Lichtung" de Heidegger, esa que "es lo abierto para todo lo presente y lo ausente".
Aun queda mucho por "aclarar", pero, con esto, espero haber justificado el enigmático comentario que coloque en tu blog:
"Gracias, me tomo esta explicación como algo personal, pero...: también, tampoco y a veces. Yo soy eleusino".
Es un gozo escribir con los amigos y, no porque me considere sabio, sino feliz, te trascribo otras dos citas de Séneca a Lucilo, de nuevo, de su novena carta:
"El sabio se basta a sí mismo". Esto, mi Lucilio, es interpretado erróneamente por la mayoría: al sabio lo relegan de todos lados y lo confinan dentro de su piel. Debe distinguirse en efecto qué significa esta locución y cual es su alcance: el sabio se basta a sí mismo para vivir feliz, no para vivir; para esto último necesita en efecto de muchas cosas; para lo primero, sólo de un espíritu sano, derecho y desdeñoso de la fortuna.
(...)
De seguro que, cuando le es permitido ordenar por su arbitrio sus cosas, el sabio se basta a sí mismo pero toma mujer, se basta a sí mismo y cría hijos; se basta a si mismo y sin embargo no viviría si hubiere de vivir sin los hombres. Hacia la amistad no lo lleva ninguna conveniencia propia, sino el impuso natural, porque entre las cosas que para nosotros poseen innata dulzura, se encuentra la amistad. Tan grande como el odio a la soledad es la voluntad de vida social y así como la naturaleza concilia al hombre con el hombre, ínsito llevamos el aguijón que nos hace ávidos de amistad" (Lucio Anneo Séneca, Cartas a Lucilio, No. 9).
"Que sigas bien" (Escribí para mí, para ti, para quien sea),
Iván Rodrigo García Palacios.

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