Iván Rodrigo García Palacios
Carta eleusina No. 3
Apreciado Lucilio, "te saludo"
En respuesta a mi anotación:
Todo lo que existe es pasado. Todo es eterno retorno. El futuro no existe, todavía, y el futuro que imaginamos o pensamos, ya es pasado. Y, ¿el presente?: ¿necesidad?
Me propones:
Pensar es una actualización de la memoria. El pasado es profético. El presente es una mística. El futuro es un deseo de perdurar.
Ahora sí que Somos y Estamos en esos territorios que, por más que se los explore y cartografié, no dejan de deparar asombros, pareciera que permanecen como territorios siempre por conocer: el laberinto dionisiaco y el enigma apolíneo.
Como cada uno de esos territorios es en sí un mundo, ahora sólo voy a elaborar algunas consideraciones sobre la conexión que se establece entre lo que pienso sobre "la necesidad, el espacio y el tiempo" y lo que interpreto en "ese deseo de perdurar", en los que yo contemplo la emergencia del cuerpo, la mente y el espíritu: "la Necesidad, el Espacio y el Tiempo".
Para ello y sin salirme, por el momento, del ámbito de los misterios eleusinos o, lo que para mí, es la Lectura Lúdica, la que bien puede considerarse como acción previa o simultánea o complementaria con la Terapia dialógica en el Tercer mundo del diálogo, voy a explorar algo a la manera de las arqueologías genéticas de Michael Onfray.
Si estoy en lo cierto y como ya lo expuse en las cartas anteriores, las celebraciones eleusinas se proponían la "sanación" del espíritu colectivo e individual por medio las sabidurías dionisiaca y apolínea, tal y como lo hiciera Epiménides en Atenas para purificarla y restaurar, en el ánimo de los atenienses, la tranquilidad y la sabiduría del gozo primitivo.
Al igual que aquellos atenienses, habitamos la ciudad del tiempo y el espacio convencionales y, simultáneamente, Somos y Estamos inmersos en el universo "del tiempo que no envejece" y el espacio sin espacio de lo místico. En el tiempo y el espacio convencionales, la memoria se actualiza y reorganiza para interpretar el pasado, enfrentar el presente y proyectar en el futuro. En "el tiempo sin tiempo" y en el espacio sin espacio de lo místico, se habita en el tiempo de Ananke (la Necesidad) y en el espacio de su idéntica por naturaleza, Adrastea:
"La [teogonía] trasmitida por Jerónimo y Helánico -si es que no se trata de una misma persona- se expresa así: Desde el principio existía el agua, y la materia, de donde tomó cuerpo la consolidación de la tierra... Después de estos dos principios, agua y tierra, y a partir de ellos, se originó un tercero, un dragón con dos cabezas, una de toro y otra de león, y con la figura de un dios en el medio cuerpo; tenía también alas en los hombros, y su nombre era Tiempo que no envejece y, también, Heracles. Con él iba unida Ananke, idéntica por naturaleza a Adrastea, incorpórea y con los brazos extendidos sobre todo el ámbito del mundo, hasta tocar sus confines" (Damascio, Sobre los principios, 123 bis).
Esos son también la ciudad y el universo de "el tiempo sin tiempo" y el espacio sin espacio de Mnemosine:
"Mnemosine nos enseña que lo que tenemos que recuperar es precisamente el origen de todos nuestros recuerdos, ese punto en el que todavía no ha comenzado el tiempo. Y ésta exactamente es la enseñanza mistérica: el camino que hay que remontar para llegar al tiempo sin tiempo, la sucesión de generaciones de dioses y de hombres, la suma de los mitos de Orfeo, no son más que juegos de apariencias" (Giorgio Colli, La sabiduría griega, I, Trota, Madrid, 2008, p. 45).
Voy a comenzar por "el tiempo que no envejece", la Necesidad y "el ámbito del mundo" (Ananke = Adrastea).
Sobre el asunto de la Necesidad y a diferencia de los imperativos naturales, que explico más adelante, es también necesario considerar una Necesidad existencial imperativa: para poder Ser y Estar, sentirse y explicarse, el Homo-Humano necesita a "los Otros" y, para complicar las cosas, necesita "un Otro", único y específico que lo sienta y complemente en su destino.
He ahí el origen de la tragedia y la Sabiduría de los sabios más antiguos que los más antiguos de los sabios griegos. Ellos encarnaron en Dionisios, en Apolo y en Eros, a la Sabiduría y a la tragedia, la vida y el Logos:
Dionisios Baco, el que festeja en alegre compañía de los humanos. Dionisios Zagreo, el que en su soledad se contempla y contempla el mundo -creándolo- en el espejo, permitiendo así que los Titanes lo desmiembren para que sus miembros sean repartidos por el mundo en búsqueda de compañía. Y Dionisios Iakchos, el que resucita: "La estrella naciente "portadora de la luz de los misterios nocturnos" (Aristófanes, Las ranas), el dios por-venir".
Dionisios: la sabiduría de la vida. Apolo: la sabiduría del conocimiento, pero del conocimiento del futuro. Y Eros: el que, para el Sócrates del Banquete, es "el deseo de engendrar en lo bello" (Platón, Banquete, 180 c-e y 199 c - 212 c).
Ahora sí y en el ámbito de la Naturaleza. Por imperativo natural, toda la materia orgánica dotada con la vida, tal y como la conocemos en este planeta, responde a tres condiciones imperativas y a dos reacciones básicas: las primeras: sobrevivir, reproducirse y adaptarse; las segundas: atracción y rechazo, las que, en términos biológicos, son placer y dolor, la reactividad. Eso es lo que llamo "la Necesidad, el Tiempo y el Espacio" y es a lo que considero como el punto de partida de todo lo que, hasta ahora, ha sido y ha realizado el Homo-Humano y su presente.
Es de ese presente donde Son y Están el cuerpo, la mente y el espíritu y donde se manifiestan todas las necesidades: tiempo y espacio:
"(...) en realidad, el punto de arranque de las representaciones sensibles -o sea, su principio- puede pretender, con razón, denominarse "tiempo", igual que el punto de arranque de las representaciones abstractas -es decir, su principio- puede pretender, con la misma razón, denominarse "necesidad". Y, ¿quién podría negar que las representaciones abstractas están íntimamente "asociadas" con las sensibles?" (Giorgio Colli, La sabiduría griega, I, Trota, Madrid, 2008, p. 45).
Eso es lo moderno de los más antiguos sabios griegos y de lo que ahora algunos de los modernos disfrutan.
Para no complicarme con un análisis crítico extenuante e innecesario, por el momento, sólo voy a proponer, en el Tercer mundo del diálogo, el asunto sobre ese futuro que propones como "un deseo de perdurar", junto a lo que, por mi parte, propongo como la emergencia del espíritu, que son territorios comunes a nuestras exploraciones, coincidencias y divergencias.
Pero, en este ámbito, ¿que es el espíritu?
Simplificando, para los sabios griegos los asuntos de materia y espíritu, así como sus respectivas representaciones y sus conexiones, eran bien claros: lo sensible y lo abstracto; pero ese asunto se volvió complejo y complicado a partir de Platón y Aristóteles, lo que, casi todos sus epígonos, por diversidad de intereses personales, se han encargado de revolverlo en un galimatías, todavía sin fin.
Lo cierto es que, a diferencia del alma y el espíritus idealizados, el espíritu como manifestación sensible es mucho más real y poderoso, sin que por ello se pierda un ápice de su concepción maravillosa, porque, el espíritu como emanación de la vida natural, como lo propone George Santayana o, como otros antes que él, que lo consideraban una manifestación de la Naturaleza, es una fuerza real, concreta y poderosa de la naturaleza vital del Homo-Humano y eso es algo sobre lo que es posible actuar.
Antes, quiero precisar eso que llamas deseo y a lo que prefiero considerar anhelo -puede que sólo se trate de una diferencia semántica y que ambos estamos diciendo lo mismo-. Sin embargo, prefiero precisarlo, porque, tal y como lo explica el neurocientífico, Antonio Damasio, el deseo es todavía un impulso más cercano a la fisiología, mientras que el anhelo, como lo citaré más adelante, es un rasgo profundo o superior de la mente humana.
Atrás planteé el imperativo natural de la vida en el cual opera el deseo. Según la escala de complejidad de ese imperativo natural, todas las manifestaciones y expresiones de los organismos vivos están dirigidas imperativa y automáticamente hacia la supervivencia con bienestar (homeostática), la reproducción y la adaptación, a partir del mecanismo biológico de la reactividad: la reacción automática ante estímulos internos y externos de placer y de dolor: atracción-rechazo, lo cual funciona por medio de la acción de mecanismos y procesos que van de lo simple a lo complejo y que actúan simultáneamente según la sencillez o complejidad del organismo.
Estas reacciones, de lo simple a lo complejo, son:
"1. Respuestas inmunes, reflejos básicos, regulación metabólica.
2. Comportamientos de placer y dolor.
3. Instintos, apetitos y motivaciones.
4. Emociones, deseos, pasiones o afectos (ver Spinoza, Ética, para los afectos).
5. Sentimientos".
(Antonio Damasio, En busca de Spinoza. Neurobilogía de la emoción y los sentimientos, Crítica, Drakontos, Barcelona, 2009, p. 40).
Como se puede ver, el deseo, como tal, es todavía un mecanismo que, por su complejidad, necesariamente funciona entre lo fisiológico y lo mental.
Por su parte, el anhelo, como el mismo Antonio Damasio lo propone, es algo "más allá", por sobre y superior a esta escala:
"El anhelo es un rasgo profundo de la mente humana. Esta implantado en el diseño del cerebro humano y en el acervo genético que lo engendra, no menos que los rasgos profundos que nos conducen con gran curiosidad hacia una exploración sistemática de nuestro propio ser y del mundo que lo rodea; los mismos rasgos que nos impulsan a construir explicaciones para los objetos y situaciones de este mundo. El origen evolutivo del anhelo es completamente plausible, pero la explicación necesita otro factor para que uno pueda comprender por qué la constitución humana acabó por incorporar el rasgo. Creo que en los seres humanos primitivos funcionó un parecido factor de la misma manera que está funcionando ahora. Su consistencia tiene que ver con el poderoso mecanismo biológico que hay tras él: la misma empresa natural de autopreservación que Spinoza enuncia de forma tan clara y trasparente como esencia de nuestro ser, el conatus, es llamado actuar cuando nos enfrentamos a la realidad del sufrimiento y, en especial, de la muerte, real o anticipada, ya sea la nuestra o la de los que amamos. La perspectiva misma del sufrimiento y la muerte trastorna el proceso homeostático del espectador. La empresa natural para la autopreservación y el bienestar responde al trastorno con una lucha para evitar lo inevitable y corregir el equilibrio. La lucha provoca que encontremos estrategias compensadoras para la homeodinámica que se ha desviado del camino recto; y el darse cuenta de toda la situación comprometida es causa de profunda aflicción" (Antonio Damasio, En busca de Spinoza. Neurobilogía de la emoción y los sentimientos..., p. 249).
En este punto, la propuesta de Antonio Damasio se adapta, conecta y corresponde con mi idea:
El espíritu es un anhelo de futuro
Es de la carne (materia y energía organizadas) de donde emergen los anhelos y las obras de los Homo-Humanos, pero sólo será del espíritu su bondad o perversión: ángel y demonio.
Las ciencias del "más acá", las del "más allá" y las del "punto medio", exploran lo desconocido en su afán por desvelar el enigma de la vida y el sentido de ser humanos. Las primeras, desde la carne, las segundas, desde el alma y las terceras, desde el espíritu del mundo. Esas búsquedas, al parecer, se orientan en direcciones contrarias en ese eterno cíclo en el que al fin se reunirán ante el portón que Nietzsche llamó "instante" y es ese momento del que Santayana dice que el espíritu emana de la vida natural (Georges Santayana: Platonismo y vida espiritual, Trotta, Madrid, 2006, p. 57).
Hasta entonces y hasta que esas ciencias recorran sus caminos y se produzca el encuentro, he aquí unas miradas a los paisajes del espíritu.
Desde los remotos tiempos de la humanidad, los Homo-Humanos se han asombrado ante aquellas fuerzas y poderes que los superan y a las que han llamado espíritus.
Espíritus han sido las manifestaciones extraordinarias de la Naturaleza y sus criaturas, así como de todos aquellos fenómenos para los que, en ese momento, se carece de explicaciones y se las considera sobrenaturales.
Pero, también, espíritu se ha denominado a aquellos estados en los cuales los Homo-Humanos, individual o colectivamente, superan su débil y frágil condición. La historia de la humanidad es un extenso catálogo de actos de superación heroica. Pueblos e individuos que, desde casi la nada, han alcanzado metas y objetivos supremos o macabros.
De griegos y romanos y de aquellos que heredaron su espíritu, para localizarnos en Occidente, se sabe que espíritu fueron aquellas manifestaciones, numen o "soplo", de fuerzas y poderes superiores al común de los humanos y a las que asociaron con posesiones de dioses y demones. Héroes y "maniáticos" poseídos por una locura sagrada que los impulsaba a realizar actos supremos de bondad o perversión y es por ello que el espíritu ha sido considerado, desde antes y desde entonces, un poder y una fuerza moral. Moral que sólo me interesa considerar en su aspecto de superación de la condición humana y no de las confusiones del bien y mal.
A manera de lectura ilustrativa, sugiero la Paideia, de Werner Jaeger, sobre el origen y desarrollo del espíritu griego.
Y es en esa "locura sagrada", matriz de la sabiduría que explica Sócrates en Fedro, en la que el anhelo se trasforma en espíritu. Anhelo que es ese impulso y deseo vehemente por lograr algo y en el que se involucran y superan todas las energías y habilidades del cuerpo y de sus estados mentales.
Anhelo que, para las ciencias del "más acá", es lo ya citado atrás del neurocientífico Antonio Damasio.
Anhelo que, para las ciencias del "más allá", unas veces más cercanas a la carne y otras a lo que se llama alma, pero que es y continúa siendo espíritu, es esa fuerza y poder extraordinarios.
Ese espíritu fue claro y trasparente para griegos, romanos y orientales. Sin embargo, se complicó en el territorio de las religiones monoteístas con sus mundos sobrenaturales, que hicieron difíciles y peligrosas las manifestaciones y creencias en aquel espíritu, en ese espíritu que ellos sentían arder en su cuerpo y mente.
Por ejemplo, para Dante el espíritu del enamoramiento, el de la necesaria compañía:
"Y digo en verdad que a la sazón el espíritu vital, que en lo recóndito del corazón tiene su morada, comenzó a latir con tanta fuerza, que se mostraba horriblemente en las menores pulsaciones. Temblando, dije estas palabras: "He aquí un dios más fuerte que yo, que viene a dominarme" (Ecce deus fortior me, veniens dominabitur mihi). En aquel punto, el espíritu animal, que mora en la elevada cámara adonde todos los espíritus sensitivos del hombre llevan sus percepciones, empezó a maravillarme en gran manera, y dirigiéndose especialmente a los espíritus de la vista, dijo estas palabras: Se ha mostrado vuestra felicidad" (Apparuit jam beatitudo vestra). Y a su vez el espíritu natural, que reside donde se elabora nuestro alimento, comenzó a llorar, y, llorando, dijo estas palabras: "Ay de mí, que en adelante seré entorpecido a menudo" (Heu miser! quia frequenter impeditus ero deinceps!)" (Dante, Vida nueva).
De Dante a Giordano Bruno y el "espíritu de todas las cosas":
"El intelecto produce el espíritu; éste emana del intelecto como el fulgor emana de la luz. Y este fulgor colma de sí al universo, se difunde totalmente en todas las cosas y, así como el intelecto entiende todo en todo, así el espíritu ama y opera todo en todo. Lo definimos por tanto alma del mundo y espíritu de todas las cosas... Inicia, cumple y afina la propia obra, no según un movimiento local y como si procediera por fases sucesivas, sino según la naturaleza del propio ser presente por todas partes e íntimamente unido a las cosas, que pone a los entes en una sucesión ordenada según a la condición de éstos... Así este artista perfectísimo y eterno produce todo con una simple mirada, sin tener que aplicarse con diligencia" (Giordano Bruno, La lámpara de las treinta estatuas).
De Bruno a Spinoza, en los territorios del alma (mens), es el "conatus":
"PROPOSICIÓN IX
El alma, ya en cuanto tiene ideas claras y distintas, ya en cuanto las tiene confusas, se esfuerza por perseverar en su ser con una duración indefinida, y es consciente de ese esfuerzo suyo" (Ética, II).
Lo que se explicaría, también y según Spinoza, que el hombre se defina por su anhelo y, en general, todas las cosas por su conatus.
Esta ley del conatus es general para toda la naturaleza, aunque sólo en el hombre alcance la dimensión «psicológica» que la palabra «esfuerzo» parece conllevar.
Y de Spinoza, a Nietzsche, el filósofo del instinto:
"Basta amar, odiar, anhelar, o simplemente sentir, para que enseguida nos sobrevengan el espíritu y la fuerza del sueño y subamos por los más peligrosos caminos"(Friedrich Nietzsche, Gaya ciencia, Aforismo 58).
Y así sucesivamente, en la alternancia simultanea y permanente, eterna e infinita, del laberinto dionisiaco y el enigma apolíneo.
Esto es lo aterrador, hoy como hace 2.500 años, continuamos inmersos en la misma pesadilla: O un hombre producido y programado en los talleres de la naturaleza. O un hombre engendrado y dotado por Ideas en y hacia un lugar sobrenatural.
Lo uno y lo otro, laberinto y enigma, que se resuelven, tal como lo propone Aristóteles, en el espíritu y en la amistad:
108 Aristóteles, Fís. Γ 4, 203 b 7
"... lo infinito no tiene principio..., sino que parece ser ello el principio de los demás seres y que todo lo abarca y todo lo gobierna, como afirman cuantos no postulan otras causas fuera de lo infinito, tales como el espíritu o la amistad; el infinito, además, es un ser divino, pues es inmortal e indestructible, como afirman Anaximandro y la mayoría de los físicos teóricos" (C. S. Kirk, J. E. Raven Y M. Schofield, Los Filósofos Presocráticos, I).
Eternidad e infinito aquí y ahora, instante del eterno retorno.
Es necesario "recuperar el pasado ... y dirigir la atención hacia el futuro", para aprehender, de nuevo, las Sabidurías de los sabios. Te repito esta cita de mi Carta eleusina -1:
"La salvación consiste en recuperar el pasado, porque precisamente ahí es donde se disipan todas las apariencias y se nos da la posibilidad de ver al dios y, en consecuencia, de trasformarnos a nosotros mismos en seres divinos. Y ese es Dionisios. A eso alude la profecía que subyace en Epiménides. En cambio, Apolo dirige la atención hacia el futuro, pues su instrumento es la palabra; y la palabra saca a la luz ciertos aspectos de lo oculto mediante una difusión clarificadora -donde la palabra que interpreta es a su vez, interpretada- y en la dirección que manifiesta lo abstracto. Pero para Epiménides -y para los griegos que alcanzaron el conocimiento- el futuro entero está ya contenido en el pasado primigenio, de modo que la comprensión que se puede obtener sobre el futuro lejano depende de la visión del pasado divino que en él se manifiesta". (Giorgio Colli, La sabiduría griega, II, Trotta, Madrid p. 16).
Ya habrá oportunidad para que miremos en ese "pasado primigenio y divino" que condiciona "el futuro lejano", tal y como me lo planteo en lo que llamo Lectura Lúdica.
(Escribí para mí, para ti, para quien sea),
"Que sigas bien"
Iván Rodrigo García Palacios.
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